La impresión panorámica de las elecciones es que, casi desaparecidas las mayorías absolutas --hecho positivo--, las fuerzas políticas deben aplicarse en el logro de limpios consensos, para no conducirnos a la Italia de Berlusconi. Junto a dicha impresión, se comprueba que las buenas cifras macroeconómicas no restauran, en términos generales, la confianza deteriorada que, en nuestro caso, solo puede repararse con lentitud y llevando a la vida pública una honradez puritana.

Curiosamente, estos días se han cumplido 110 años de la primera edición del libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo , obra maestra debida al sociólogo Max Weber, el cual estudió el influjo social de las ideas religiosas en las democracias vinculadas al sistema capitalista. Si nuestros políticos, poco dados a los libros, leyeran el referido estudió, tendrían conciencia exacta de por qué en países serios, como Alemania o el Reino Unido, los ministros dimiten por haber copiado, en su juventud, una tesis doctoral o adquirir una cinta de vídeo con cargo al erario; mientras que aquí no se van ni escaldándolos con aceite hirviendo.

Además, si se dejasen influir por el pensamiento de Weber, impedirían que se mintiera impunemente en el Senado; que la secretaria general de un partido, tras firmar contratos fraudulentos --así los llama el Tribunal Superior de Madrid--, quiera seguir gobernando en un lugar de la Mancha; que en otras autonomías hayan presentado a una señora que promocionó grandes corruptos, o a quien viajaba a Tenerife para echar canitas al aire pagadas por los contribuyentes... Y para qué seguir, dale que dale, sabiendo que al presidente lo único que le ha importado es parecer el don Quijote que nos libra de los entuertos que dejaron los socialistas manirrotos. Un discurso que, en la balanza electoral, ha pesado menos que la prepotencia, los recortes y la corrupción.

Pensamos que lo antedicho explica lo sucedido mejor que la aritmética pura, que puede distorsionar la realidad, pues el PP engloba, sin diferenciarlos, a votantes de centro derecha, de derecha civilizada y de derecha reaccionaria. Un hecho que no se produce en ningún otro país europeo. Unicamente en España existe lo que Fraga llamó "mayoría natural": un batiburrillo que confunde a la opinión al contar los conservadores con 3 millones de votos de extrema derecha --si extrapolamos los resultados franceses--, sin los cuales no serían, ni por asomo, la fuerza más votada.

* Escritor