Hacia 1903 Panamá como país era una invención de los norteamericanos en un territorio lleno de pantanos con caimanes como el de La Fuensanta y selvas infestadas de mosquitos como puños que transmitían enfermedades desconocidas por aquí. Luego, Panamá se fue haciendo más sombrío aún con el tráfico de armas y drogas, su CIA y su Escuela de Las Américas donde se graduaron algunos de los más sanguinarios militares latinoamericanos. En los últimos años era un paraíso fiscal donde se refugiaban los capitales de la gente rica en empresas opacas. Esto se sabía. Pero las filtraciones del bufete de abogados Monssack Fonseca, sacadas a la prensa hace unos meses por el Consorcio Internacional de Periodista de Investigación, iluminan un retablo de avaricia, insolidaridad y corrupción que escandalizan a un mundo, como denuncia Global Winness en el caso de Burundi por poner un ejemplo, en el que se puede sacar millones de dólares de un país donde la gente es tan pobre que muchas familias comen por turnos: un día los padres y al siguiente los hijos. Panamá y otros paraísos fiscales sirven a estos fines.

El libro Los papeles de Panamá que acaba de ser editado (Ed. Península, junio, 2016) nos narra la historia de la filtración al diario alemán Süddeutsche Zeitun y describe los entresijos de ese tinglado. Es ilustrativa su lectura. Estas empresas pantalla en sí mismas no son ilegales o punibles pero ¿por qué ocultar el nombre del verdadero propietario? Porque normalmente esas empresas offshore mueven el dinero destinado a sobornos de gobiernos, el de políticos que han acumulado capital de forma no demasiado limpia o de personas o empresas que quieren evadir impuestos. Corruptos todos.

El modus operandi es algo así: un intermediario, en concreto un banco, un abogado o un gestor de patrimonio facilita el contacto con Monssack Fonseca para crear una sociedad pantalla en jurisdicciones diferentes, sean las Islas Vírgenes Británicas, Delaware o Panamá. La primera barrera que se establece es que la empresa tiene al frente un hombre de paja o testaferro que es el que firma y, la segunda, accionistas fiduciarios con acciones al portador, de tal modo que se puede hacer una transacción sin dejar rastro. Luego una ristra de empresas que remiten a otras empresas... (En el número 1.209 de la calle North Orange de Delaware, EEUU, hay más de doscientas mil empresas sin ningún empleado). Al final, aparece el titular real o beneficiario efectivo real, oculto en un laberinto cuya confidencialidad ampara la Ley 32 del gobierno panameño. De fábula.

Pero los millones de correos electrónicos filtrados dan referencias decisivas sobre quiénes son los verdaderos propietarios. Así se pusieron al descubierto nombres que hoy están en la mente de todos. Desde el ministro Soria al jugador Messi, de los Kirchner argentinos al primer ministro islandés Gunnlaugsson, de David Cameron al actor Imanol Arias. Y lo que yo digo es: si usted busca en esos archivos filtrados con cientos de miles de empresas, no esos nombres tan sonados sino el del vecino enriquecido sospechosamente, ¿sacaría a la luz un patriota más?

* Comentarista político