La esperanza muere joven. Ahora no recuerdo el nombre del autor de la frase, pero viene al pelo para definir el paso por nuestro mundo presente de ese agitador famoso llamado Julian Assange, fundador de Wikileaks. La justicia sueca cierra la investigación que mantenía abierta durante más de cinco años sobre él por un caso de violación; así, supuestamente, podría abandonar el encierro en la embajada de Ecuador en Londres que le mantiene a resguardo de ser detenido por la policía británica.

Pero no podrá salir, o no de momento. Él se queja, y su exótico abogado Baltasar Garzón también; pero Scotland Yard avisa de que pesa sobre él no haberse sentado ante la corte de Westminster cuando fue citado. Además, la justicia norteamericana vigila sus movimientos como si de una zona de lanzamiento de misiles norcoreanos se tratara. Así que el encierro del rubio australiano continúa.

Claro que lo más sustancioso de este asunto -con ser lacerante- no es el desarrollo de la peripecia de Assange, sino cómo se deshilacha en tan poco tiempo la denuncia global tan extraordinaria que significó Wikileaks. Desde su irrupción con la filtración de un reporte de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de Kenia, que hablada de 500 muertes y desapariciones de jóvenes, hasta la última de marzo pasado sobre los métodos de ciberespionaje atribuidos a la CIA, su denuncia justiciera fue celebrada por el gran periodismo independiente como un gran acicate para su redención, pues, de nuevo, hacía trastabillar a las naciones más poderosas con la fuerza de la verdad y la palabra. En concreto, la denuncia de Chelsea Manning, que destripó las maneras de hacer de la diplomacia americana, nos hizo creer durante unas semanas que otro mundo podía ser posible. Pero pronto al principal animador de estos papeles de la verdad (proclamado héroe global de forma súbita) una denuncia por violación consiguió hacer palidecer su cresta y obligó a la humillación de tener que encerrarse en la legación diplomática de un país al mando del movimiento socialista bolivariano.

No obstante su declive -en parte debido a su excentricidad y arrogancia- las grandes denuncias en los últimos años no se detuvieron desde otros frentes: Falciani y su lista, el bombazo de Snowden, que destripó el ciberespionaje mundial que realiza USA en todo el mundo, los Papeles de Panamá... Pero su influencia y sensación han venido decayendo a pesar de la insistencia de la prensa más aguerrida. En gran medida, y casi sin meditarlo, la sociedad se va olvidando de todo como se prescinde de las cosas ya conocidas e imposibles de enmendar.

Hoy, tropelías de parecida enjundia a las que inauguró Assange con gran escándalo se vienen conociendo de manera ordinaria sin que se le preste una especial atención crítica. Sabemos, por ejemplo, que las grandes tecnológicas y otras multinacionales que diseñan nuestro futuro no pagan impuestos y no sucede gran cosa; como tampoco parece inquietar demasiado que los rusos desplieguen una diplomacia mentirosa y abusiva por medio de las redes que influye en el color político de los gobiernos del mundo.

Sí, digerimos acontecimientos crimínales fenomenales con la misma tranquilidad que la cabra del circo se come el periódico en el que el cronista local se hace eco del mal olor que sus fieras enjauladas dejan en la plaza.

* Periodista