Me refiero a tanto que pulula por ahí, simulando que es ave, cuando sólo es un vampiro siniestro, con su pico que esconde colmillos afilados y sus alas de paraguas negro para envolver mejor en su noche a una mujer. Especialistas en encontrar la yugular y en succionar sangre hasta que la víctima muere, y entonces se la dan de víctimas, y van a depredar a otra mujer. Su sonrisa no es sonrisa, es la mueca cuando olfatean a su presa. Sus manos no son manos; son garras donde esconden su maldad, porque saben que la víctima se fija solo en las pantomimas de su danza de serpiente antes de escupir su veneno. Son muy astutos. Muestran su violencia como si fuese cariño. Sus detalles de ternura solo son el lazo para confiar a la víctima, y que ésta interprete como amor su lengua viperina de lagarto. Parecen galápagos sin dientes, pero detrás de ese labio en punta, esconden colmillos de tiburón. Presumen de guapos; de entendedores de restaurantes, comidas, lugares, vinos, coches. Van de sublimes, de dominadores del mundo, con su sensibilidad de cartón piedra con la que simulan cuánto valoran un poema, una música o una pintura. Pero lo que mejor esconden es su nariz de hiena, con la que huelen a distancia en qué condiciones está la víctima, si ya pueden saltar sobre ella o si la tienen que rondar con el acoso de buenas palabras, de acompañarla a todos sitios, de estar pendientes. Y la víctima, necesitada de amor, interpreta como amor lo que sólo es la añagaza burda con que el escorpión levanta su uña envenenada. Los he llamado pájaros, pero más bien su nombre es garrapata, buitre, víbora, tarántula, sapo, rata, con el permiso de estos animales, que han tenido la gentileza de prestarme sus nombres para retratar a tanto depredador, canalla, machista, hijo de… Satanás. Van por la calle, en los cines, en las bibliotecas, pero siempre acaban en los clubs de alterne, en las güisquerías, de chulos de barra, chulos de piscina, chulos de facultad, con sus zapatos de marca, sus camisas de marca, sus miradas de marca. Muy madreros ellos, muy simpáticos, muy dicharacheros, quién se va a creer que en sus dormitorios sacan esos colmillos y esas garras para lanzarse a su víctima y matarla cada noche, extendiendo sobre ella su vaho de ciénaga. ¡Quién va a creer a la víctima!.

* Escritor