Algunas de nuestras células permanecen fijas durante toda la vida, otras nacen y mueren constantemente. Los glóbulos rojos solo viven unos cuatro meses. En cambio, las células de la piel se renuevan cada nueve semanas. Cambia nuestro cuerpo, nuestros sentimientos, nuestras aficiones, también nuestros recuerdos. Pero, ¿qué pasa con la culpa? ¿Qué ocurre cuando un pasado siniestro forma parte de nosotros?

Un anciano carpintero de Minnesota ha sido identificado como un comandante nazi. Pruebas concluyentes le señalan como el hombre que ordenó una masacre en un pueblo polaco. Quemaron las casas y asesinaron a 44 hombres, mujeres y niños. Frente al pasado, la voz de uno de sus hijos califica las acusaciones de «escandalosas y sin base». Quizá sea cierto que el hijo no sabe. Quizá piensa que es imposible que ese padre trabajador, tranquilo, el abuelo de sus hijos, la persona que lo educó y en la que siempre confió sea un nazi, una de esas biografías de la historia de la ignominia. Quizá no puede aceptar haber sido engendrado por un monstruo.Ser heredero de los perdedores es una losa, pero también es un estímulo para reclamar justicia, para superar la afrenta. Pero, ¿cómo se sobrelleva la herencia de la culpa? ¿Cómo se pacta con un pasado que tal vez ha conformado nuestra forma de ser, de ver el mundo? Quizá el primer paso es asumir que todos somos, de algún modo, herederos de carpinteros... y de monstruos.

* Escritora