La primera vez que entré en tu bar, El Miguelito, fue sobre 1953-54, en época colegial, luego más tarde lo frecuentaba casi diariamente, ya que el negocio de mi familia (carnicería) estaba en la misma casa de la Acera Pintada.

En la iglesia, en tu despedida, me fui acordando de aquel grupo de amigos donde todos giraban a tu alrededor; era como una gran familia y formando yo parte de ella. Fue una época de mi vida enriquecedora, y tú te sentías como mi protector, como con todos los demás. Fui aprendiendo mucho de cada uno, guardando muchas vivencias, quizás fuera como un juguete para ellos, todos mucho más mayores que yo (el que menos me doblaba la edad), el ‘Yeyé’, me llamaban cariñosamente, llevándome a todos lados (futbol, peroles, viajes...).

Voy recordando a cada uno... mi cuñado, J. Navarro (el primero que se fue), Paco Luque, R. Domenech, Montes, P. Ruiz, L. Romero, Requena, Entrenas, Carrasquilla, Susín, Abelardo, D. Rafael Ruiz, A. Modelo, Antoñito ‘el de la grúa’, Enrique González, ‘el Nenaco’, Arroyo ‘el maestro barbero’, Pepe Cabello (el último que queda), Bartolomé Rojas...

Paco, con tu adiós siento que me estoy quedando solo, notando que una época de mi vida ya no está...

Recuerdo cuando me decías «¡vente conmigo a la plaza grande!, niña (le gritabas a mi hermana) que me lo llevo para que me ayude!». Y allá que cogíamos la Peugeot rumbo a la plaza, que era donde menos rato estábamos, pues nos íbamos a Casa Pepe (el del Caballo Rojo) cuando tenía el bar en San Cayetano o a la Vinícola Montillana a comer boquerones fritos, a la espartería a Salinas a comer sangre encebollada, ¡qué tiempos...!

Valgan estos recuerdos como homenaje a cada uno de ellos que tanto me ayudaron a ser mejor.

<b>Manuel Sánchez Carmona</b>

Córdoba