Entre los artistas plásticos de Andalucía, a pocos admiro tanto como a Francisco Ariza Arcas (Baena,1937), no solo por su fecunda trayectoria reconocida desde que la iniciara tras sus años de formación entre la sevillana Escuela de Santa Isabel de Hungría y la de San Fernando de Madrid, sino también por la amistad que desde hace ya más de seis lustros a él me une. Durante aquellos años en que ejerciera su cátedra, el dibujo volvió a ser un elemento básico de su pintura, antes incluso de que volviera a la abstracción y al expresionismo figurativo en un alarde suyo de creativa libertad. La sala de exposiciones de CajaSur-Gran Capitán y la Galería de Arte Studio 52-Juan Bernier de nuevo acogen hasta el día 23 su obra en Córdoba, conformando A mi tierra una bella muestra de más de 40 cuadros, que bien pudiera sintetizar parte de su producción de los últimos quince años. En ella, el color matizado vuelve a tener la honda significación de sus orígenes, entre el constructivismo y la abstracción, siendo él mismo quien se autodefine como "un pintor telúrico", muy acorde su planteamiento con los escondidos paisajes y vistas aéreas de consistente volumetría que aprecia siempre en sus recorridos por el campo.

Porque Paco Ariza, en su creación más reciente, es un hombre de labrantío, quien nos muestra con una genialidad suprema, y con la libertad más absoluta, la transformación de la materia, aglutinando en ella los diferentes aspectos de la vida, revelándonos de igual modo los cambios existentes en la propia naturaleza, los efectos temporales de la luz de los baldíos y secanos de su tierra más querida, así como la ilusión de las vistas aéreas que tanto le caracterizan, al igual que el paisaje en descomposición. Y, siempre, con el rigor técnico y la maestría de un oficio que comprende y conoce como nadie, sobre todo desde que volviera de Madrid, tras impartir allí su magisterio en la cátedra y donde colgara en las más prestigiosas galerías del momento. Un regreso del todo significativo el suyo, de deseo a la tierra y al campo que le viera nacer, al que supo añadir su interior y el sentir propio, la fantasía y la firmeza del hombre cordobés de Baena. Por ello, juega ahora con las formas en algunas de sus obras acrílicas más recientes, en su permanente deseo de darles una austera configuración, en las que plasma con nuevos materiales, como la tela mosquitera, una escritura rotunda y bien resuelta, mientras se divierte, tal y como se aprecia en La cabra o en Cuidado con el cartero .

Con una visión un tanto personal, configura también unos paisajes propios de los campos andaluces, con trigales incluidos, que bien pudieran decirnos que se deslizan entre lo figurativo y lo abstracto, con unos trazos oblicuos que conforman el concepto espacial de su arte más clásico. Otras veces, construye con vistas pétreas, muy probablemente influido por la orografía que a él le resulta más que conocida. Porque capta con maestría la geografía en las puertas de las Sierras Subbéticas, la de la Campiña de Baena, conformada por el río Marbella en su tránsito incrustado en el Oligoceno y el Cretáceo, la de los cerros testigos que constituyen sus emplazamientos más estratégicos o los trazados urbanos de los blancos pueblos de la zona, que aventuran un laberinto tortuoso en su plano callejero, a los que Ariza añade la armonía que a él le resulta más usual y conocida, con ese impecable colorido o la textura que el motivo mismo le requiere. Por ello, sus cuadros se transforman hasta adquirir una nueva corporeidad, recogiendo el sentir de un artista curtido en la lucha por la supervivencia.

Como creador que es de una ambiciosa obra, convierte cuanto toca con el pincel en planos de austero colorido, logrando que la materia detente una dimensión distinta para la nueva función, en la que se difumina la frontera entre lo figurativo y lo abstracto. Así crea sus paisajes, y en las obras sobre tabla Destrucción y Génesis , en las que desfigura las formas, compone una más que notable expresividad, con tal calidad cromática que a mi entender lo podrían equiparar con el propio Pablo Ruiz Picasso o con lo mejor del arte actual, muy a pesar de que Paco vive aislado del mundo circundante, entre su casa judía y el campo familiar, a orillas del viejo río Guadajoz. Lo que no le supuso impedimento alguno para lograr en su estudio, siempre abierto a los plásticos amigos e intectuales más renovadores, una obra recia que cuelga representada en numerosas colecciones tanto públicas como privadas de los EEUU, España, Alemania y otros paises más de nuestro entorno y seguro que tan sólida, al menos, como lo son sus ya conocidos grupos escultóricos al aire libre, que sin duda alguna han venido a engrandecer el rico patrimonio de la población que le viera nacer, donde la leona ibérica, los aceituneros, el beato Henares, Juan Alfonso de Baena, así como el Judío y el Tambor, contituyen ahora algunos de los simbolos más preciados y permanentes de toda su ciudad.

* Catedrático