Uno es dueño de sus contradicciones. Nunca me ha encantado la moralina del Condenado por desconfiado, tal que el ticket celestial expedido por Tirso de Molina se validase en los últimos segundos de tu existencia, y el resto de tu vida hubiese sido un desperdicio. Y sin embargo, estudié a Wittgenstein para afrontar la Filosofía de aquella también temida Selectividad. Con el tiempo, del autor del Tractatus lo que mejor aprehendí fueron precisamente sus últimas palabras, las que balbuceó en el lecho mortuorio: «Diles que mi vida ha sido maravillosa». Prefiero recordar a Pablo con esta mixtura, e insacularlo de la fría estadística de los accidentes de tráfico. Las colisiones se hacen anónimas para que no se desborde la catarsis del dolor. Pero en Pablo había una vida, como la de la madre montillana que murió con su hija en la carretera de Puente Genil, o la de los fallecidos en el siniestro en la autovía a la altura de la variante de La Rambla.

El cetrino Wittgenstein se marchó de este mundo con un derroche de optimismo, aproximándose a Kant o la perfección del mediodía versificado por Jorge Guillén. Pablo también pintaba. Su pintura no era figurativa, pero su alma abierta y expansiva lo acercaba más a la época rosa o a las pastorales de faunos de Picasso, que al drama cercenado del Guernica. Pablo practicaba una espiritualidad epicúrea, acrisolada con las esencias que él también fabricaba, el carpe diem de unas copas y una mejor conversación. En su cuna, esa ósmosis entre el duende y el alma de Castilla que es la comarca de los Pedroches trabó grandes amistades. Entre ellas militaban plumas insignes de este diario, como Manuel Fernández y José Luis Blasco, que tanto han lamentado su pérdida.

Lo decisivo tenía que ser lo secundario. Para quienes no conocieron a Pablo, desgraciadamente su zona cero ha sido el noticiable kilómetro 400 de la Autovía Madrid Cádiz, con esa imagen eclosionada por los móviles de un automóvil destrozado. El conductor del camión purgará por muchas vías, incluida la de los remordimientos, esa letal imprudencia. Pero tampoco pueden irse de vacío los que se arrogaron esa sublime incompetencia, diseñando una variante esencial para la circulación cordobesa con las miras del fluido de los arrieros de una pedanía. En este país, la prevención sigue siendo la sección de complementos de la conciencia. La vida es puro teatro, y al día siguiente del responso por el compañero ido, Rajoy anuncia unas grandes inversiones en infraestructuras viales, destinadas entre otras medidas a acrecentar la seguridad en las carreteras. Resabiado guion para un largometraje de sobremesa que se patentiza en la terrible ausencia de un escritorio vacío. Porque aquí seguimos necesitando una víctima para zarandearnos.

Tus compañeros de Emproacsa hicimos un corro de evocaciones junto a tu mesa, porque son las vivencias las que encolan este tránsito mundo. Pablo se representa a sí mismo, y a todos los que nos que nos pateamos carreteras secundarias sosteniendo un servicio público. Pero hay muchos Pablos que necesitan sortear la frialdad numérica congelada en un cambio de rasante o en una cuneta. El sino y la fatalidad no se combaten con milongas plañideras, sino con lúcidos y tenaces propósitos de plantarle cara a la adversidad. Conocí la bonhomía de Pablo, y a pesar de este estercolado desgarro, su optimismo, sus ganas de vivir aún suscribirían aquella máxima de Jorge Guillén: el mundo está bien hecho.

* Abogado