Se alzó el telón de la cuaresma, «signo sacramental de conversión», en palabras del Papa Francisco, con el pórtico gris y silencioso de la imposición de la ceniza sobre nuestras cabezas. Este año, de por fuerza y con afecto, hemos de evocar la silueta del querido e inolvidado poeta de los cordobeses, Pablo García Baena, ya que en su obra literaria figura un poema con el título Ceniza, en el que cada verso es un salterio de esperanza y de fe. Ya no escuchamos su voz, pero podemos sumergirnos en sus palabras escritas con tanto lirismo como rebosantes de sentimientos personales: «Otra vez tu ceniza, Señor, sobre mi frente... Polvo soy que algún día volverá hasta tus plantas, perdido entre la arcilla blanda de tu universo». Recordarlas, de nuevo, me embargan de tanta emoción como en el momento de pronunciarlas ante sus restos mortales, en el funeral del día de su entierro. Aquel día, Pablo había llegado hasta «esas plantas divinas» que soñaba como la estación término de su peregrinación por este mundo. Cada uno de los versos de Ceniza es una meditación sincera y abierta a las alturas anheladas: «Otra vez la ceniza ardiente como ascua / que estalla en el volcán de tu amor implacable, / lucha por derribar, por abatir en vida / la altiva barbacana que levanta sus muros / en la ciudad confusa de mi alma». ¡Cuánta humildad y sencillez destila este poema, en que Pablo contemplaba la ceniza entre brisas poéticas, para ahondar en su sentido intensamente teológico: «Otra vez la ceniza llamando está en la puerta de mi frente / con arrullo o con látigo, / ahora que el deseo me asfixiaba en la sombra de su gran lirio negro, / ahora que en mi tacto se disipaba el mundo como un vaso quebrado...!». La ceniza se convierte para el poeta en llamada urgente, mientras vislumbra la silueta de un Dios, más «arrullo que látigo», y descubre la misión de sus manos, excelsa, magnífica, espiritual al máximo. Pablo, en esta cuaresma, se nos convierte en ceniza y misterio, tal y como proclamó en sus versos.

* Sacerdote y periodista