La escucho en el lamento de un perro. Lo habrán dejado solo. En las lentas noches del verano, cuando las estrellas están lejos, llega hasta mi corazón su aullido lento, débil; enronquecido a fuerza de llamar y llamar, y no tener respuesta. Le surge de tanto hondo que es el lamento más humano que puedo imaginar. Lo escucho al amanecer, cuando los pájaros se despiertan libres. En las largas siestas, parece el lamento de un metal incandescente en el abismo de un volcán. Y sin embargo, el animal no puede dejar de tener esperanza. ¡Pobre ser abandonado, atrapado en la existencia! Depende del amor de su dueño. Le gustaría ser independiente, poder vivir sin amor, sin desear nada. Pero su dueño lo mimó y lo abandonó; lo mimó y lo abandonó. Ahora esta pobre alma ya no sabe vivir sin esperar una caricia, aunque sepa que al momento siguiente va a ser abandonado. Hace lo que sea por contentar a su dueño. Cuando ve que regresa, llora de alegría. No le importaría que se le rompiese el espinazo de las contorsiones que hace, ni que el rabo se le vuelva látigo. Su dueño le manda que se calle. El pobre animal no puede. Su dueño insiste. Le pone agua, comida, y vuelve a irse. El pobre animal no bebe ni come; solo necesita que su dueño no lo abandone más. Estoy seguro de que un día el lamento se le va a convertir en un ay humano, y acabará por suplicar: «Por favor, no me dejes, dueño mío; te necesito igual que tú me necesitas. Llévame contigo. Tú te puedes ir porque estás seguro de que volverás y siempre estaré. Tú no sabes lo que es esta soledad de tenerte y no tenerte, de amarte y no poderte amar, y así hasta el infinito. A veces hasta me quiero morir, pero mi amor por ti es más fuerte que mi sufrimiento. Y vuelvo a ilusionarme que regresas, me acaricias y me dices que ya no me abandonarás jamás». Yo escucho en mi corazón ese lamento. Me habla con las palabras que usa el corazón. Pero no puedo hacer nada. Quisiera solucionar el dolor en este mundo, desde la rosa que veo marchitarse hasta la mujer maltratada. Pero no puedo. La tristeza de la siesta parece que nunca acabará. La melancolía de la noche es una losa oscura que cae sobre mi pecho. El perro se sigue lamentando. Es el lamento inocente ante la violencia. Y así una noche más, otro día más.

* Escritor