El parágrafo con el que concluía el artículo anterior no podía ser más elocuente. No en balde Ortega es uno de los escasos autores de nuestra tradición cultural en que el dominio admirable de la palabra escrita se vio acompañado de otro no menos envidiable de la oratoria en general y del verbo tribunicio, en particular. Imperativos de diversa índole exigen acabar ahora con la trascripción de su texto, cuya fecha semeja haber sido la de ayer del calendario de 2017 y no la de 80 años atrás: «Cuando necesitábamos concentrar todo nuestro esfuerzo y nuestra atención en la faena apresurada de crear un suelo a la nueva vida española, un área común de Estado donde todos podamos movernos civilmente y plantear en hora futura, si la tuviéramos, nuestras demandas particulares habéis vosotros detenido todo el proceso lanzando entre las ruedas de la nueva política vuestro tema peculiar, preocupados solo de él, reduciendo al extremo la colaboración en todos los demás órdenes de la organización republicana del país, sin definir vuestra política respecto a ellos y comportándoos en forma que cualquier espectador imparcial interpretaría como desdén hacia tan graves materias. Imaginad un momento que los otros grupos nacionales hubieran hecho lo mismo y en la misma medida que vosotros y, como vosotros, se hubiesen mantenido suspicaces, ariscos y cluecos sobre su interés privado ¿Qué restos de República quedarían ahora? Al oír la queja de los catalanes no he podido por menos de devolvérsela íntegra (...) Porque desde siempre he creído que a las aspiraciones catalanas cabía darles un figura atractiva, de gran resonancia nacional capaz de arrastrar tras de sí animadamente al resto del país, quitándole ese aire de perpetuo enojo contra el Estado español, de mordisco a la convivencia nacional» (O.C. VIII, p. 548. Madrid, 2008).

La pluma mágica, la palabra electrizante tienen el poder absoluto sobre mentes y espíritus. Ningún retratista pintaría mejor el cuadro anímico y político-social en que en estas horas autumnales presenta la nación española, colocada cara a un reto que quizás las generaciones actuales --enfrentadas al inmenso desafío de asentar las bases de una civilización global-- no se merecen por su ardido compromiso con el régimen de 1977, de inmenso aliento para toda creatividad e impulso de regeneración y progreso democráticos. Al menos como homenaje a figuras de la estatura de Ortega, mantengamos la esperanza y el esfuerzo por una España fiel a su mejor pasado de unidad en la pluralidad.

* Catedrático