En un artículo de J. Carrobles sobre lo ocurrido durante el boom inmobiliario en la Vega Baja de Toledo, leía lo siguiente: "De esto se deduce que nuestro patrimonio histórico en el siglo XXI es un bien prescindible, sometida la investigación arqueológica a un proceso de privatización que la aleja de su fin científico y social, a procedimientos administrativos que sólo sirven para aliviar alguna que otra conciencia, al olvidar los verdaderos fines de la arqueología como disciplina". Dicho de otra manera: el cumplimiento de la ley, o la realización de excavaciones, no implican necesariamente lo mejor para la investigación, conservación y difusión del patrimonio arqueológico, sino, a veces, todo lo contrario. Algo que, por duro que sea decirlo, sirve palabra por palabra para nuestra Comunidad Autónoma, pionera y muy valiente a la hora de crear un corpus jurídico aplicado a la sistematización del trabajo arqueológico y la protección de yacimientos, pero excesivamente comprensiva con determinadas realidades, aun cuando impliquen, o hayan implicado, pérdidas irreparables para nuestro patrimonio.

Estoy de acuerdo en que casos como el de Córdoba, ciudad histórica paradigmática y yacimiento arqueológico de incomparable complejidad, son muy difíciles de gestionar; máxime cuando desde el principio de la democracia nuestro Ayuntamiento ha ido siempre por derroteros políticos distintos a los de la Junta (también a los del Gobierno Central), con lo que ello ha implicado de desencuentro añadido, a pesar de la buena voluntad que cabe suponer a ambas partes. Del mismo modo, no sería justo obviar el enorme salto cualitativo que en tal sentido se ha producido estos últimos años, tras el desarrollo de una avanzada normativa municipal y la activación de numerosas vías de trabajo conjuntas. Sin embargo, sigue en mi opinión sin darse con la medida justa (basta releer con cuidado el texto de Carrobles para saber dónde están los problemas) y, mientras tanto, el patrimonio arqueológico de Córdoba desaparece a diario, en una dinámica que amenaza con menoscabar el acervo histórico de la ciudad.

¿Culpables-? Todos, sin duda. Por eso, mi objetivo ahora no es volver sobre argumentos ya tratados, ni caer en la tentación de buscar responsables, porque me faltaría espacio y debería comenzar con un saludable, y necesario, ejercicio de autocrítica. También voy a reprimir las ganas de clamar contra la ineficacia de las figuras de protección o de la supuesta labor preventiva por parte de esas mismas Administraciones, limitándome a pedirles, una vez más, que exijan el máximo rigor en las intervenciones arqueológicas, apliquen un celo innegociable y no discrecional en los controles de resultados y memorias, e inviertan más esfuerzo en la difusión efectiva de los restos. Ir más allá sería clamar en el desierto, y sólo me reportaría incomprensión, agudizada por las tensiones propias de un mercado en franca recesión. Las cosas son como son y resulta muy difícil luchar contra molinos de viento; sobre todo, cuando hay tantos intereses cruzados. Prefiero, pues, quedarme con lo positivo, que también lo hay, y mucho.

Las Administraciones sólo reaccionan obligadas por la opinión pública, y ningún ejemplo mejor que lo sucedido hace un par de meses en Murcia, donde la movilización de su ciudadanía para salvar el barrio medieval recuperado en pleno centro urbano ha dado un ejemplo universal de cordura, sabiduría colectiva y redaños. ¿Se han parado a pensar alguna vez la cantidad de hectáreas de yacimiento arqueológico, tanto o mejor conservado, tanto o más rico desde el punto de vista histórico que ese barrio de Murcia vigilado día y noche por cámaras improvisadas y abrazado simbólicamente por sus habitantes, han sido barridas del mapa en Córdoba estos últimos veinticinco años? En ellas cabría sin dificultad una ciudad media como la capital de la huerta, lo que da idea de las dimensiones reales del problema.

Es cierto que el avance de la Córdoba moderna no se puede hipotecar a los restos arqueológicos, pero también lo es que su futuro, bien planificado, habría podido cimentar sobre su pasado; y cuando hablo de futuro lo hago de ciencia, historia, conocimiento, museos, turismo, jóvenes, empleo, sostenibilidad, artesanía, cultura, identidad ciudadana, orgullo, prestigio, vida. Por eso, no dejen que les engañen más tiempo. Organícense en asociaciones o colectivos del tipo que sea y griten su verdad; reclamen a quien corresponda formación e información; exijan resultados inmediatos y compromisos firmes; defiendan como murcianos lo que es de los cordobeses; aprendan que, en definitiva, cuando perdemos nuestro legado, renunciamos en realidad a una parte insustituible de nuestra propia esencia-

*Catedrático de Arqueología. UCO