Ahora que el Museo de Bellas Artes ha inaugurado la exposición La estela de Murillo, pintor barroco sevillano, se nos ha venido a la cabeza la leyenda «Orgullo de una ciudad» que rezaba el pasado sábado en el fondo sur del Arcángel. Y nos hemos acordado de Reyes, sevillano de Utrera; del entrenador Sandoval, de Humanes de Madrid aunque casado con una muchacha de Pozoblanco; de Sergi Guardiola, de Jumilla; de Alex Quintanilla, bilbaíno; o del jienense Álvaro Aguado, claves en el cantado orgullo de una ciudad, aunque no sea la suya. Por eso, aunque el pintor Murillo --que ha cumplido 400 años-- no sea cordobés sí se va a quedar en esta ciudad hasta el 25 de noviembre, precisamente en el Museo de Bellas Artes, inaugurado en 1862 en el antiguo Hospital de la Caridad. Y aunque comparte belleza con el de Julio Romero de Torres, desde hace tiempo, en la rive gauche del Guadalquivir hay señalado un espacio en el que la ciudad con orgullo tiene encomendado levantar el nuevo Bellas Artes, sobre todo por la falta de espacio del actual. Ahora que desde fuera --exceptuamos al presidente Jesús León, que es de Montoro--nos han llegado refuerzos que han conseguido una ciudad con orgullo en lo futbolístico deberíamos aprovechar las sinergias y señalar objetivos que la comunidad debe conseguir. Como ese de levantar el nuevo Museo de Bellas Artes al lado del Guadalquivir, por donde el sábado 2 de junio la afición cordobesista gritó en los graderíos el entusiasmo colectivo vivido una tarde imposible de imaginar unas semanas antes. Si los culturetas de altura señalan su tendencia y servidumbre hacia el Madrid sobre todo y algo para el Barça no deben olvidar que los colores cercanos, aunque por ahora den menos juego, están en la raíz de nuestra naturaleza cordobesa. Y que las bufandas blanquiverdes pueden mover los mismos corazones y voluntades como lo hicieron el sábado pasado, cuando el equipo de fútbol logró no solo una victoria de gentil estructura sino que sus consecuencias pueden compararse a la de la alegría de subir de categoría o incluso de una liga de campeones, que el entusiasmo, cuando se celebra, va agrandando desmesuradamente su origen. Bares, calles, plazas y centro de la ciudad cuando el estadio se vació fueron la señal del milagro que Córdoba recuperaba después del desastre de aquel 2016 perdido. El orgullo de una ciudad que rezaba la pancarta del fondo sur del Arcángel el pasado sábado motivado por los futbolistas, el entrenador y el presidente del Córdoba CF merece que quede en los anales históricos como uno de los momentos indiscutibles para señalarlos como cordobeses del año. Y quizá algo más.