Solo han pasado seis meses desde que Mariano Rajoy subió a la tribuna del Congreso para mofarse del candidato "bluf" Pedro Sánchez, aupado a un pacto con Ciudadanos tan falso como el de "los toros de Guisando". No podía entonces concebir el presidente en funciones que el líder socialista tuviese la desfachatez de someterse a una investidura perdida de antemano. La cruel y florida socarronería del aspirante no ha sobrevivido a la contumacia de la aritmética parlamentaria, que le ha abocado a regresar al escenario de sus chanzas para padecer idéntico trance.

Con el comedimiento que imponen las adversas circunstancias, Rajoy presenta su renovación en la Moncloa como una consecuencia lógica e ineludible de tres hechos igualmente ineluctables: "España necesita un Gobierno eficaz con urgencia; los españoles han señalado con claridad su preferencia por el PP; y no existe una alternativa viable." Resígnense, ríndanse a la evidencia, depongan su actitud, vino a decir mirando de soslayo a la bancada socialista.

Entre las graves "consecuencias" que acarrearía prolongar estos 300 días largos de desgobierno, el presidente resalta el riesgo de que la Comisión Europea multe a España por incumplir sus compromisos de reducción del déficit. Se le ha pasado por alto recordar que su Gobierno ha rebasado año tras año los objetivos fijados por Bruselas, que si ahora tiene la tentación de imponer sanciones es a causa de unas rebajas fiscales aprobadas por razones estrictamente electoralistas. Detalles menores.

HONRA SIN BARCOS

Antes al contrario, Rajoy promete futuras bajadas de impuestos y se ufana de su gestión económica y social, al tiempo que emplaza al PSOE a bendecirlas, abstención mediante. Porque ese, y ningún otro, era el objetivo de su comparecencia: erigirse desde el Gobierno en funciones en oposición de la oposición, bien para forzar a Sánchez a hincar la rodilla, bien para cargarse de razones con vistas a la próxima campaña electoral.

Solo así se entiende, por cierto, que ni siquiera citara por su nombre a Albert Rivera, el socio que le ofrendó los 32 votos que precisaba para caer con honra, aunque sin barcos.