La propia Cassandra, la joven condenada a prisión por tuitear un chiste sobre el atentado contra Carrero Blanco, lamentaba el escrutinio que algunos han hecho de su rastro digital. Citaba a Beatriz Talegón, exdirigente socialista, verso suelto, a veces atinado, a veces sobreexcitado, de la izquierda. Es cierto, Talegón ha escrito un artículo en el que se muestra absolutamente contraria a la sentencia, la considera «abominable» e «injustificable» en un Estado de derecho. Pero recuerda algunos tuits de Cassandra del 2013 que incluían el deseo de ver muertos a unos cuantos.

Entonces, Cassandra era muy joven, pero revisar algunos de sus tuits de los últimos meses es asomarse a esa zona oscura del universo tuitero donde predomina el insulto, el vómito hacia el contrario. El odio. ¿Cambia eso algo sobre la aberración de una ley que permite sentencias delirantes como la suya? En absoluto, pero abre el debate oculto en la simpleza con la que digerimos las noticias. Resulta que si la sentencia es mala, Cassandra es buena. Punto. Sin matices. Porque podemos ser críticos con la sentencia, pero cuestionarnos si queremos exaltar el lodo de las redes sociales. Si son héroes los que más gritan, los que más insultan. Si las redes no están banalizando la agresividad. Si los linchamientos virtuales no provocan cardenales... Las turbas digitales solo pretenden coartar la libertad de expresión. Y eso sí afecta al mundo real.

* Escritora