Son días estos para conmemorar el horror. Hace más de 150 años pasó la laguna Estigia Edgar Allan Poe, cuervos, absenta, patas de mono y gorilas de la calle Morgue. Además, hubo pesadillas octubrinas más prosaicas, revoluciones de octubre, rusas y asturianas, intentos de sovietización hispana, preludio de guerra civil; y otros, siempre a lo suyo, proclamando la república catalana de Companys en una España federal que entonces no existía, pero quién estaba dispuesto a que la realidad le arrebatara un buen sueño. Cuentan los mayores que un mes de octubre se vieron auroras boreales en el norte de Córdoba, y que los más viejos anunciaron que aquello era signo de una guerra próxima, que estas cosas siempre pasan así, con señales en el cielo; pero no hacían falta auroras boreales para tomarle la temperatura a la calle, ni otros sucesos extraños y fabulosos como los que narraba Tito Livio en Ab urbe condita como preludio del desastre bélico ante Aníbal, el horror se encuentra siempre dentro de nosotros y su traslación exterior es fruto del vómito de Dios, ese impulso íntimo de intentar estropear las cosas, por aburrimiento o egoísmo. Y un definitivo horror, pesadilla de egoísmo y venganza se cernió tal día como hoy hace dos años sobre esta ciudad cuando un padre, según sentencia, asesinó a sus dos hijos en un acto de amor propio, que es el amor estéril de los que creen que un metro alrededor de ellos es el único valle fértil de la vida. El otoño se hace más triste cuando en la calle faltan dos voces a quienes tal día como hoy su padre arrancó el futuro.

* Profesor