Todo lo que hacemos tiene un objetivo, un para qué. Por eso decimos que toda acción humana es intencional. Lo que define la racionalidad de una acción es, precisamente, el que tenga un objetivo, porque, en caso contrario, es inexplicable, irracional.

Los atentados de Barcelona, como los de París, Berlín, Kabul o Bagdad, tienen un objetivo, no son irracionales, y elucidarlo es el primer paso para comprenderlos y evitarlos. El objetivo de los ataques terroristas de origen islamista no es el mismo en Kabul o Bagdad que en París y Barcelona. Aunque la acción sea similar, causar el mayor número de muertos posible, los contextos en los que se producen hacen que los objetivos sean diferentes. En Iraq o en Afganistán, lo terroristas tienen como objetivo ser parte activa de la vida política. En estos países, las organizaciones terroristas tienen unas estructuras sociales, económicas y políticas potentes, especialmente en proporción a la de los demás actores políticos. Por eso un atentado en Bagdad o en Kabul tiene un mensaje de fuerza que no tiene en Europa.

Un atentado islamista en Europa, lejos de lo que se dice, no tiene como objetivo cambiar nuestros valores democráticos, ni hacer que nos callemos, ni generar miedo a salir a la calle, ni cortar los flujos turísticos. Los terroristas saben que las instituciones políticas de las democracias consolidadas no se cambian por los atentados. De hecho, ni el terrorismo nacionalista (IRA, ETA, etc.), ni el ultraizquierdista (Brigadas Rojas, Baader-Meinhof, etc.), ni el internacionalista (OLP, Hamás, etc.) lograron nunca ninguno de sus objetivos. Como saben que los atentados no han aminorado las críticas desde los medios daneses o franceses después de los atentados a los medios. Como no ignoran que Nueva York no sufrió caída del número de turistas tras el 11-S, y que París va a batir records este año. Los terroristas saben que tienen muy pocas posibilidades de cambiar nada en nuestras sociedades (más allá de la estética de las calles por los famosos bolardos) porque la base social de sus ideas en nuestras sociedades es minúscula. Que yo sepa, ningún grupo político occidental ha propuesto un cambio constitucional o legislativo favorable a las tesis de los terroristas en ninguno de los países que ha sufrido un ataque. Sin embargo, sí ha habido cambios legislativos para luchar contra ellos, como ha habido cambios en la política exterior. El objetivo, pues, no es la democracia en nuestras sociedades.

Los objetivos de los terroristas en sus atentados en Europa tienen que ver con los objetivos de cada uno de los componentes de la célula terrorista y de la estructura que la dirige. La base es tan compleja como la psique humana, porque el objetivo básico de los terroristas que se inmolan es dar cauce a su ira, a su desesperación (como puede ser, en alguno, sencillamente, pertenecer al grupo o afirmar su valor): los chicos de Ripoll han dado salida a su frustración. Una frustración que ha canalizado un imán fundamentalista cuyos objetivos pueden ser más complejos e ir, desde establecer un grupo de poder (político y económico, justificado por el radicalismo religioso) en su comunidad, pues lo más seguro es que no tuviera pensado inmolarse, hasta servir a los intereses políticos de una estructura que lo financia. Unos objetivos que puede aprovechar, si encuentra el eco suficiente en nuestras sociedades, una organización internacional como el ISIS, para que se alcen voces de cambio de nuestra política exterior.

Vistos desde esta triple perspectiva los objetivos de los terroristas podemos hacernos una idea de cómo luchar contra ellos. Es decir, haciendo una política exterior coherente (más inteligencia, más control de los flujos de armas y dinero en Oriente Próximo); una política de seguimiento y vigilancia en nuestras sociedades de los reclutadores; una política de integración de los jóvenes en nuestras sociedades abiertas, lo que incluye una política educativa más firme. Y, recordemos, sin objetivos y sin medios, no hay acción.

* Profesor de Economía.

Universidad Loyola Andalucía