Copenhague ha revivido el terror que hace poco más de un mes ensangrentó las calles de París. En ambos casos, el objetivo de los asesinos era el mismo, la libertad de expresión y la comunidad judía. En la capital danesa, un asesino descargó su arma contra un centro cultural donde se desarrollaba un debate sobre la libertad de expresión a partir precisamente del atentado parisino contra Charlie Hebdo. El ataque costó la vida al cineasta danés Finn Nºrregaard, presente en un debate sobre blasfemia al que asistía el artista sueco Lars Vilks, amenazado por islamistas por una caricatura de Mahoma que publicó en el 2007. Más tarde, ya de madrugada,el mismo asesino llevó la muerte a una sinagoga.

Dinamarca es una sociedad abierta, con una larga y enraizada tradición de tolerancia. También es el país que hace 10 años conoció la ira del extremismo musulmán tras la publicación de unas caricaturas de Mahoma. Hoy es uno de los países europeos con un mayor número de ciudadanos que han acudido a la llamada del yihadismo para combatir en Irak y Siria. Al igual que en el atentado contra la revista satírica francesa, los atentados de Copenhague ponen de manifiesto la determinación de atacar los valores en los que se basan nuestras democracias, valores que consideramos universales, entre los que destacan la libertad de expresión y la de religión. La diversidad de nuestras sociedades resulta cada vez mayor. Por ello no se debe caer en el falso dilema entre seguridad y libertad, en la preponderancia de un derecho en detrimento del otro. Ambos deben convivir y para ello hay que combatir desde la democracia y con las armas que da la democracia toda forma de terrorismo y de violencia.

VUELVE EL ANTISEMITISMO

El atentado contra la sinagoga de Copenhague como el perpetrado contra el supermercado kosher de París, son la punta del iceberg de un antisemitismo que está proliferando en Europa de forma muy preocupante. Este mismo fin de semana, fueron profanadas varios cientos de tumbas en un cementerio judío al noreste de Francia. Unas fueron destruidas, otras aparecieron pintadas con la cruz gamada nazi. Europa no puede permitir la repetición de estos actos que remiten a un pasado inmensamente trágico y doloroso. Europa no puede perder la memoria de una de sus mayores lacras, y dejar que vuelva a dispararse un antisemitismo que, en esta ocasión, está alentado desde el islamismo y en un marco de amenaza terrorista internacional. Pero se equivoca quien, como el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, pretende pescar en este río revuelto de violencia, dolor, xenofobia y ataque a las libertades. Su llamamiento a los judíos que viven en Europa para que emigren a Israel es electoralismo de la peor especie y solo consigue exacerbar los ánimos del mundo árabe en torno al problema palestino.