De nuevo, en torno a la fiesta de san José, llega la jornada eclesial del Día del Seminario, este año con el lema: Apóstoles para los jóvenes. En la película Un hombre para la eternidad, dirigida por Fred Zinnemann, un joven se acerca a Tomás Moro, importante magistrado de Inglaterra, con el fin de alcanzar un puesto de relevancia en la corte. Después de mucho insistir, Moro sorprende al joven: «Ya tengo un trabajo para ti». «¿Cuál?», responde él con ojos brillantes. «Serás maestro». «¿Maestro? ¿Y quién sabrá que soy maestro?». «Tus alumnos, tu familia, Dios... ¡no es mal público ese!». En estos días de campaña, los seminaristas suelen contar esta anécdota para ofrecernos la clave de su vocación al sacerdocio: «En todo encuentro vocacional es muy importante la sinceridad. No elegimos nosotros, somos elegidos; no decidimos la misión, se nos da». El Seminario como institución surgió en el Concilio de Trento (1545-1563), de la honda preocupación de los padres conciliares para que los futuros sacerdotes tuvieran una mejor formación. Por eso mandó que se erigieran seminarios en todas las diócesis. El camino fue largo y pasaron muchos años hasta hacerse realidad. En sus edificios debían vivir y prepararse juntos aquellos que aspiraban al sacerdocio. El Concilio Vaticano II dedicó al tema de la formación de los futuros sacerdotes el decreto Optatam totius, abriendo y ensanchando los horizontes formativos. El rector del Seminario Conciliar de San Pelagio, Antonio Prieto, acentuaba la importancia de la oración por las vocaciones al sacerdocio, a la par que invitaba a los jóvenes a formularse esa pregunta difícil pero apasionante: «¿Dios me llama?». Y por último, el rector hacía tambien una llamada a los padres, a los sacerdotes y a los educadores para que no tengan miedo de proponer a los jóvenes el tema de la vocación sacerdotal. Creo que es Alessandro Pronzato el que nos advierte con terrible acento: «La acusación más grave que el evangelio lanza contra el hombre es la de conformarse con permanecer en el marco, en el contexto familiar, y no entrar en el vértigo embriagador del Espiritu. Es pecado sentirse satisfechos».

* Sacerdote y periodista