Con el transcurso de las semanas, parece que cada día es más evidente la demanda de la sociedad española, expresada democráticamente en las urnas el pasado 20-D, y la limitada capacidad de respuesta que nos está llevando a unos derroteros difíciles para la estabilidad política y la gobernabilidad del Estado. El resultado del escrutinio electoral marcó un nuevo escenario y, al menos, mandó dos mensajes claros a los representantes. De un lado, castigó de forma clara a los dos partidos mayoritarios dando paso a nuevas formaciones, hartos del enjambre de corrupción y clientelismo de los primeros, del reparto sectario de las instituciones y de su falta de cintura y diálogo para ponerse de acuerdo en temas fundamentales para nuestro futuro como la educación o la reforma laboral. El segundo mensaje, al repartir los sillones del Congreso sin mayorías absolutas, fue el mandato de negociar los mejores proyectos para nuestro futuro, desde la sensatez y el sentido común para alcanzar consensos entre partidos muy dispares en sus concepciones ideológicas, pero posible como demuestran otros gobiernos europeos.

Pero no hay peor sordo que el que no quiere oír. Y eso es lo que vemos estos días. Podemos veta a Ciudadanos y viceversa. Partido Popular veta al PSOE que antes vetó al primero. Es la España del frentismo y el cainismo más primitivo, que fagocita cualquier intento de acercamiento y sentido común. No importa si las ideas son buenas para el Estado, si hay proyectos compartidos con los que puede progresar nuestra sociedad, sistemáticamente se dice "no" si la idea viene del adversario político. Ya señalaba el Nobel peruano Vargas Llosa que la política saca a flote lo peor del ser humano. Ciertamente se mira más el cálculo electoral, quién se apunta el tanto y el beneficio del aparato, antes que el bien común de la sociedad. Pecado al que se suman los nuevos actores, más imbuidos por estrategias internas que por el interés general. De seguir este ayuno de consensos, esta guerrilla de desgaste y trincheras, habría que modificar la legislación electoral para introducir mecanismos correctores que aseguren las mayorías, como la segunda vuelta o el incremento legal de escaños para el partido más votado. No es de extrañar que la política nacional encabece el ránking de las mayores preocupaciones de los españoles, de ahí el hastío y el desapego ganado a pulso. Desde los silencios de don Tancredo, los malabarismos de Ferraz, pasando por el postureo redentorista catalán y los titiriteros de Madrid, tenemos montado el carnaval de las viejas políticas. Esperemos que el escenario no sea la Carrera de San Jerónimo. Millones de parados, generaciones de jóvenes perdidas buscando futuro lejos de su casa, estudiantes navegando en una educación sin rumbo, mayores y trabajadores que han visto recortados sus derechos sociales, empresarios que necesitan estabilidad para sus inversiones, entre otros, no se lo merecen.

*Abogado