Ante el nuevo curso académico, me viene a la memoria un pensamiento de Enzo Bianchi sobre la importancia del estudio y de la formación: «Nunca he olvidado una frase que me decía mi padre, un humilde estañador: ‘pasa hambre, pero compra libros y recorre el mundo’». ¿Estarían dispuestos muchos padres a dar este consejo a sus hijos? Probablemente, no. Bastante tarea tienen con tener a punto uniformes, ordenadores y material escolar. Sin embargo, el verdadero equipamiento para enfrentarse a la vida no está en prendas de vestir o en los procesadores más sofisticados, sino en un estudio apasionado y serio, y en una experiencia a base de conocimiento auténtico y no de simples traslados espaciales a localidades exóticas. Hemos de recuperar con fuerza esa palabra que, quizás no esté tanto de moda, pero que nos adentra en el mundo de los mejores conocimientos: estudiar. No es un ejercicio fácil porque exige esfuerzo, atención, constancia; pero quien se acostumbra a estudiar logra entender por qué el verbo latino studere tiene como primer significado precisamente el «apasionarse».

Sí, el verdadero estudio no consiste sólo en aprender; sino que es búsqueda, análisis, reflexión, creatividad y, finalmente, abrirse a horizontes inesperados e inmensos. En su obra póstuma Consejos a un estudiante, el escritor francés Max Jacob decía: «La verdad sobre el mundo no se aprende sólo en los libros. La belleza la encontrarás mirando la naturaleza; la verdad la descubrirás por tí mismo en la búsqueda». Junto al estudio hay que cultivar también el sentido trascendente del ser humano, uno de los principales retos que tenemos hoy en Occidente. La trascendencia nos hace humanos y nos abre horizontes. Quizás este aspecto está hoy infravalorado en todas las iniciativas educativas. ¡Una lástima!.

* Sacerdote y periodista