Resulta evidente que el mundo digital se mueve muy rápido, y esta celeridad supone al mismo tiempo una oportunidad y una amenaza. Oportunidad para nuevas ideas, para nuevas actividades, para explorar nuevas formas de relación no solo económica, sino también social y política. Pero también constituye una amenaza para aquellos sectores a los que tanta velocidad amenaza con hacerles descarrilar.

CONSUMO COLABORATIVO

En el campo económico, el consumo colaborativo es un buen ejemplo de cómo la realidad digital, en forma de apps y de nuevas relaciones económicas entre particulares, es percibida como una amenaza por sectores económicos tradicionales y, en cambio, suele ser recibida con los brazos abiertos por los consumidores. Su eclosión y expansión imparable (y rápida) es un quebradero de cabeza para los órganos reguladores, que deben esforzarse en encontrar formas de velar por los intereses de todos los actores implicados.

Entre compartir coche para dividir los gastos, por poner el ejemplo más reciente, y montar una empresa que haga de paraguas de decenas de particulares que comparten su coche existe la misma distancia que hay entre los productos, ofertas y servicios que cubren necesidades sociales sin objetivo comercial y una actividad lucrativa. En Córdoba, sin ir más lejos, cada vez son más los ciudadanos, de diferentes edad y clase social, que acuden a las empresas que ofertan desplazamientos compartidos para planificar sus viajes.

SON NECESARIAS REGLAS

Cuando hay beneficio de por medio, las leyes deben proteger a los consumidores y garantizar la igualdad de oportunidades, derechos y deberes para todos, por ejemplo en el terreno fiscal. Pero esta frontera que marca el lucro, que sobre el papel es fácil de delimitar, en la pantalla táctil no lo es tanto, como muestra la dificultad con la que topan los Gobiernos para adaptar las leyes a nuevas realidades. La economía colaborativa está aquí para quedarse, porque soluciona problemas a los consumidores de forma sencilla y a precios muy asequibles. La demanda de esta actividad no hace más que crecer, no solo por motivos económicos sino también como consecuencia de nuevas formas de relación social que priman la organización en red frente a la clásica estructura vertical. Lo que es válido para relaciones sociales y políticas, también lo es para las económicas. Los sectores que se sienten amenazados hacen bien en exigir las mismas reglas del juego para todos --y por ello deben velar las autoridades-- pero al mismo tiempo deben adaptarse a las nuevas realidades y necesidades. Y rápido.