En nuestras manos está, ahora, ante las urnas, en la papeleta con el voto del partido elegido, la responsabilidad de una gran apuesta: construir entre todos una sociedad mejor para solucionar así las crisis que nos envuelven. Termina ya la campaña de los dirigentes políticos y llega la hora de la verdad para los ciudadanos de a pie. A la cita, acude una última voz, la voz de un filósofo, Emilio Lledó, galardonado con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades por ser un pensador de "relevancia internacional" y por la aportación de sus reflexiones sobre el lenguaje. Su voz de última hora se convierten en clamor reflexivo: "La peor corrupción que existe no son los trapicheos de los trapisondistas, es la corrupción de la mente, el olvido de la literatura, el pensamiento, la historia, la filosofía. Todo esto es de una ceguera inconcebible". Lledó reclama que se vuelva a la filosofía con profesores apasionados y también "a los grandes conceptos, porque son un principio maravilloso de la cultura. Prescindir de esos conceptos será una degeneración". Es cierto. Los nuestros son tiempos de decadencia. O tal vez sean los peores años, aquellos en los que una crisis deja de ser un acontecimiento para convertirse en una toma de conciencia, en un modo de vivir. "Lo más espantoso de esta época es comprender que lo que nos está ocurriendo tiene mucho más de estuario que de manantial, más de lastimosa deformación que de principio esperanzado", opina el historiador García Cortázar. En la vorágine de la crisis económica, hemos destruido, como señala Lledó, grandes conceptos, valores históricos, por eso, la peor corrupción es la de la mente, golpeada, engañada y utilizada por intereses ajenos a la verdad y al bien común. Las urnas deben traer brisa nueva, dirigentes bien preparados, capaces de devolvernos aquellos principios y valores que hemos arrojado por la borda contra toda lógica y razón.

* Sacerdote y periodista