Queda conformada la historia personal que cada uno construye con retazos de la experiencia, por trazos del voy del corazón a mis asuntos del poeta. El paso del tiempo deja que el distanciamento amable gane el pulso al elogio encendido sin más, por más que convenga retener la imagen positiva desvestida de hipérboles de todo tipo y con el telón de fondo de los versos de Jorge Manrique «como a nuestro parescer / cualquiera tiempo pasado /fue mejor».

Contaba Agustín cómo en el centro escolar donde cursaban sus cuatro hijas los estudios se invertía la relación que ya formaba parte de su cotidianeidad. El profesorado llegaba a referirse a él como el padre de las alumnas y no al contrario, lo cual asumía a la par en tono de humildad y de legítimo orgullo paterno; contrarrestaba así la celada de la fama del nombre en el cartel diario, de las ondas, del libro presentado o de la mesa redonda en que defendía con gran convicción diversos puntos de vista, como fue la desarrollada dentro del homenaje a Ricardo Molina en el Instituto Luis de Góngora. Félix Grande y él tenían como pésimo moderador al que esto escribe, ante el inmoderado uso de la palabra de un asistente al acto y una temporal merma vocal de Agustín que le hacían defender con el consabido ardor su legítima posición ante el también entrañable Félix Grande, en torno al Mundo y formas... del que fue coautor el poeta de Cántico con Antonio Mairena.

La redondez perfecta resulta inalcanzable, y el lado riente de Agustín hubo de salir en algún momento; fue el caso de un justo homenaje a Manuel Silveria en la Peña Flamenca de Baena, por lo que allí nos encaminamos el homenajeado, Paco Orta, Agustín y un servidor. Hizo Agustín gala de buen humor y nos presentó a Manuel Cubillo Pérez, directivo de la Peña, y a Juan Pérez Cubillo, sin ningún nexo que uniera esa inversión de los datos identificativos. Es lógico que provocara la hilaridad y así sucedió.

Es digno de recordación aquel Ciclo de los años ochenta presentado por Agustín en los Institutos Luis de Góngora y Maimónides en que se hacía un recorrido por la geografía del flamenco. Allí actuaron cada quince días en alternancia Gabriel Moreno por Jaén, Diego Camacho El Boquerón por Sevilla, Chano Lobato por Cádiz, Ana María Ramón y David Pino por Huelva, ya que Paco Toronjo estaba enfermo; por Málaga Juan Casillas, Luis Heredia El Polaco por Granada y los cantes de Almería los interpretó Lucas de Écija. El guitarrista oficial fue Manuel Silveria, salvo el caso de El Polaco, en que intervino Miguel Ochando y en una ocasión Manolo Flores. El cierre, por Córdoba, lo protagonizaron El Pele y Vicente Amigo. La colaboración del Ayuntamiento fue modélica.

Y qué decir de las tertulias en Salinas de la Puerta de Almodóvar, en el Mesón de Juan Peña o las que tenían a Miguel López como anfitrión, donde nos reuníamos y surgía la participación a partir de la exposición de un tema el jueves inicial de cada mes, con Luis de Córdoba, Manuel Silveria, Manuel Concha, Ángel Marín, Rafael Romero... Con un largo etcétera y Agustín como participante de relieve. Quedaba atrás ese proverbial Amigos del flamenco de las ondas, que quedó para siempre.

* Profesor y experto en flamenco