Que el uniforme de la Legión se haya convertido por unas horas en un icono gay no deja de tener su guasa. Aunque las informaciones recientes de esa fuerza del Ejército hacen hincapié en su participación en misiones de paz o en la incorporación de mujeres en sus filas (el 9%), lo cierto es que la imagen del cuerpo de élite sigue anclada en un pasado que huele, como mínimo, a rancio. Perdura el Credo Legionario que escribió Millán Astray, su fundador. Ese hombre que convirtió en mística la bravura y el culto a la muerte. El mismo que se enfrentó a Miguel de Unamuno en el claustro de la Universidad de Salamanca al inicio de la guerra civil. El mismo que quiso amilanar al escritor y filósofo al grito de «¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!», y que solo consiguió del enjuto anciano una máxima que se convertiría en premonición: «Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España».

Y, de repente, ese uniforme ceñido al cuerpo musculado, esa camisa con la pechera abierta, ese aire tan viril, tan macho alfa, se convierte en recochineo en las redes, donde se toma a los legionarios por sexis participantes en el Orgullo Gay. Será una tontería de Twitter, pero, la verdad, pasar de ser «el novio de la muerte» al anhelado novio gay, es todo un descanso.

* Escritora