Tras la lluvia fina y remisa de octubre, que manchada con las hojas caídas agrisó calles y aceras de nuestras ciudades y pueblos como frutos maduros que se pudren en las ulceradas milgranas, y tras el asombroso calor que despide el mes, llega noviembre, en cuyos primeros días recordaremos de forma muy especial a quienes ya se marcharon, tras la apresurada visita de la Negra Sombra, en un momento en que el aire se siente tan frío como el propio alabastro de las sepulturas. Es, por otra parte noviembre, el undécimo y penúltimo mes del año gregoriano, si bien su nombre se le debe a haber sido el noveno del calendario romano, y que después algunos modernos comenzaron a representarlo bajo la forma de una figura ataviada de hoja seca cuyas manos se apoyaban en el signo Sagitario y en el cuerno de la abundancia, de donde se desprenden ciertas raíces como último presente que nos ofrece la tierra. Noviembre es, así mismo, no solo un nombre de película de Achero Mañas, sino también un mes que podríamos definir como de auténtica transición, con el que el otoño casi concluye para dar paso a un invierno que pronto comienza. Entra con Todos los Santos, media con los santos Martín y Eugenio y sale al final con san Andrés, festividades todas ellas que podríamos conectar con otras más del ya próximo diciembre.

Para quienes nos dedicamos a la enseñanza de la Antropología Social y a la investigación etnográfica de la vida tradicional en España, alrededor del día 11, festividad de san Martín de Tours, sabemos que suben algo las temperaturas, conociéndose por ello a dichas jornadas como las del «veranillo del membrillo o de san Martín», por ser entre otras cosas la época de maduración y recolección de dichos frutos. En realidad, este mes de noviembre, perteneciente al llamado ciclo festivo de otoño, se nos presenta casi siempre muy vinculado al anterior, es decir, al de verano, y durante aquél tienen lugar diversas celebraciones que la adaptación al calendario oficial va desplazando y dejando fuera de lugar. Entre los santos patronos, encontramos a san Martín, con numerosas leyendas y una cierta fama de milagrero en torno a su patronazgo, reputación que arrastra desde la ya lejana Edad Media. Ciertamente, en esto coincide con otros muchos santos varones, ya sean reales o imaginarios, introducidos también en el santoral romano. Al bienaventurado de Tours, por ejemplo, se le considera un gran protector de las cosechas, al que con asiduidad acuden algunos agricultores, igual que vela por determinadas especies de aves emigrantes. Típicos son también los refranes en torno a su festividad, como aquel que todos sin duda conocemos y que afirma que «A cada cerdo le llega su san Martín», por ser dicho día el elegido en los medios rurales para hacer la tradicional matanza, con el fin de elaborar sus ricos embutidos y, a su vez, cómo no, festejarlo con alguna comida entre familiares y amigos más cercanos. Catorce días después, «cuando el frío ya se afina», se celebra santa Catalina, protectora de las jóvenes y mujeres núbiles con un culto muy extendido por el Occidente cristiano gracias a las Cruzadas, siendo en algunas regiones de España como la nuestra donde más se le profesa una particular devoción por parte de los olivareros, tal vez, por iniciarse por dicha fecha la recolección de aceitunas y la fabricación del aceite nuevo en los molinos. A este ciclo otoñal, al que nos estamos refiriendo en este artículo, podríamos añadir también alguna que otra festividad más, como la de san Andrés o bien la de san Nicolás de Bari, ya entrado diciembre, cuya celebración tiene lugar precisamente el mismo día en que todos nosotros recordamos a nuestra Carta Magna de 1978. Hay quien la relaciona con otras festividades de corte clásico, como las Saturnalias, y en aquella los niños se permiten ir por las casas demandando dádivas y regalos mientras cantan coplas alusivas al santo obispo de Mira. Cerrando el ciclo de Otoño, encontramos, en el día más corto del año según la tradición, la festividad de santa Lucía, quien vivió en el siglo III de la era cristiana y sufrió martirio con la pérdida de sus ojos. Múltiples son los refranes de nuestra tierra en torno a dicha celebración religiosa y algunos de ellos parecen confirmarnos que ya las jornadas empezarán a crecer y con ellas lógicamente la luz del día, por lo que bajo su advocación pareció de lo más normal que se pusieran ciegos y oculistas, escribanos y también bordadores y encajeras que, como sabemos, tanto necesitan de la vista y la luz para sus trabajos artesanos.

En fin, todo un poliédrico conjunto de celebraciones, que junto a otros días más que, por el adelanto comercial cada vez más temprano, nos hacen vivir un intenso mes de noviembre, como si ya estuviésemos de facto en la mismísima puerta de la Navidad, cuando realmente ello no habría de ser así, ya que su ciclo festivo no debería comenzar antes del día 13 de diciembre, para cerrarlo con la celebración de la Epifanía del Señor.

* Catedrático