Con fe y pese a los retoques, la oración es perfecta. Su creador, cuando menos, inteligente, y tal vez, descontento con eso de cambiar las deudas por las ofensas, que no suponen dividendos. No ha vuelto para estudiar y corregir el importante asiento de los mercados y ese reino que ya es de este mundo. En cualquier caso, coloca en primer lugar el modelo para que los otros lo sigan: nosotros perdonamos y así os pedimos un equilibrio de justo perdón por vuestra parte.

En el mundo de lo imperfecto, de la gravedad de la ofensa hasta el asesinato, perdonar es más complicado pero no menos necesario. Poner la otra mejilla resulta imposible y no dejamos de sacar flecos. Me has golpeado y tú recibes otro tanto. Pero es el perdón inmediato lo eficaz, lo que desvanece al odio: poner la otra mejilla. Aunque, cómo perdonar al que se llevó tantas vidas a lo largo de los años. Además, para la mayoría de nosotros, sin un motivo claro, ni siquiera suficiente. ETA dejó de matar, que era lo grave, lo peor, y la mayoría de los responsables pagan con sus vidas entre barrotes, Pero también se les exige su disolución como banda armada, entrega de armas y, sobre todo, clara solicitud de perdón. Con todo, pese a dar los pasos, el Gobierno actual solo se moverá con arreglo a las leyes: quizá no permita el acercamiento de esos presos a sus hogares para que se establezca una vida normal. Dar los pasos con disolución total de la organización y entrega de armas debe ser más fácil y práctico que pedir perdón, porque esto, a mi entender, sería un reconocimiento a su falta de motivo o justificación por hacer lo que hacían. Y solo el perdón por ambas partes puede devolvernos a una convivencia normal o en armonía. Los malos piden perdón y las víctimas o los buenos lo conceden. Con o sin abrazo, todos son beneficiarios de la paz. Y a seguir viviendo. Hemos pagado la deuda y os decimos que estábamos equivocados. La vida es corta y no podemos encadenarla con las de nuestros hijos por ese odio interminable.

Más difícil, basta con pensarlo un poco, que el perdón surta su efecto cuando el tiempo fosiliza las posturas y nunca se reconoció la gran ofensa. Porque se mató igualmente, en pleno calor o violencia y hasta muchos años después. Ni un paso para el perdón por la violencia y el odio fuera de la ley y por motivos que ni los historiadores nos muestran palmarios. ¿Por qué había que matar hermanos? Y en aquello entraron todos: violentos iniciadores buenos, malos y también buenos y malos entre los que, dentro del orden establecido por las leyes, tenían que defenderse. Buenos y malos. Nadie pidió perdón y así quedó la cosa, que aún nubla a bastantes. Así sigue porque ganamos una guerra y nosotros mismos la perdimos. No pedimos perdón sino que continuamos con sus héroes, nuestros, naturalmente, sin desmontarlos de los lugares en que pueden verse, pese al dolor que provoquen. No pedimos perdón y no se nos perdona por más que se conviva, se sonría o se finja cierta felicidad.

No hubo perdón porque nunca lo pidió a sus hermanos quien lo tenía que pedir: el iniciador del conflicto y la generosidad que requiere el que precisa manifestar la grandeza necesaria para el abrazo definitivo. No pudo haber contagio por parte de quienes emplearon el palio para cubrir lo suyo bajo la gran sombra. La sombra que debió proteger a todos pero que, en lugar de pedir perdón para conceder otro tanto, se movió al ritmo de los himnos de gloria, los tambores y junto al brillo de los sables.

* Profesor