Hace sólo unos días se ha hecho público el informe anual de Amnistía Internacional, que recoge en sus 477 páginas la situación de los derechos humanos en los 159 países que documenta de manera exhaustiva. Informe serio, que viene siendo un referente a tener en cuenta para conocer el camino por el que vamos transitando. Este año, la organización internacional levanta su voz para decirnos que 2016 fue un año en el que el uso cínico de una retórica del «nosotros contra ellos», de los discursos de culpa, odio y miedo adquirió prominencia global a una escala nunca vista desde la década de 1930. Como señala su secretario general, Salil Shetty, son demasiados los políticos que responden a los temores legítimos de índole económica y de seguridad haciendo una manipulación venenosa y divisiva de la política de la identidad con el fin de ganar votos.

Se está imponiendo la retórica del odio y del miedo, ni siquiera de unas personas contra otras que han cometido acciones horribles y execrables, sino respecto a colectivos completos, naciones concretas, religiones determinadas, desde el populismo más irresponsable e injusto, desde la respuesta fácil a cuestiones complejas, desde el reduccionismo cainita y falso de buenos y malos. Esta política de demonización cala fácilmente en las clases populares, sobre todo en tiempos de crisis, buscando en la confrontación externa el chivo expiatorio de los males propios, llevando al final a despojar de humanidad a grupos enteros de personas. Ahí están los mensajes absolutamente inaceptables del presidente filipino Duterte, del norteamericano Trump, o del propio Erdogan en Turquía. Mensajes que encuentran su eco en movimientos extremistas europeos que ya se encuentran próximos al poder en países de nuestro entorno como Francia, Alemania, Hungría y Holanda, y que amenazan con desatar los aspectos más negativos de la naturaleza humana. No es un tema nuevo. Ya lo recogió con acierto Sophie Bessis en su obra Occidente y Los Otros: historia de una supremacía, donde explora la arrogancia de una cultura dominante.

Destaca el informe que en el año pasado, estas formas especialmente tóxicas de deshumanización se convirtieron en fuerza dominante en la política convencional global. Los límites de lo que se considera aceptable han cambiado. Los políticos legitiman desvergonzada y activamente todo tipo de retóricas y políticas de odio basadas en la identidad de las personas, como la misoginia, el racismo y la homofobia. Esta radicalidad y discurso del miedo está llevando a un retroceso de los derechos humanos en el mundo.

La comunidad internacional ha respondido ya con un ensordecedor silencio a las incontables atrocidades de 2016, como la transferencia en directo del horror de Alepo, los miles de personas muertas a manos de la policía en la «guerra contra las drogas» de Filipinas y el uso de armas químicas y los centenares de pueblos quemados en Darfur. La cuestión fundamental que se plantea en 2017 es a qué extremos va a dejar el mundo que lleguen las atrocidades antes tomar medidas contra ellas. Hoy más que nunca es necesario tomar conciencia de nuestra responsabilidad, y adoptar un compromiso claro y firme con el respeto a los derechos humanos sin excepción de personas, lugares o circunstancias de credo, ideología o cualquier determinación de la propia y legítima identidad, y exigir a nuestros gobiernos la coherencia con esos principios, valores y derechos.

* Abogado