Según el CIS, cada primero de mes, los que recibimos todavía una nómina recordamos aquello de qué poco dura la alegría en la casa del pobre. Nunca llega la nómina con un pan debajo del brazo sino con los descuentos de las cantidades que te has gastado a crédito a finales del mes anterior. La nómina es como los zapatos nuevos que nada más ponértelos un imbécil te los pisa o se te llenan de barro al salir a la calle. Ves en el fresh banking on line cómo se reduce cada día a causa de los recibos acosadores, por el extracto de la Visa ingobernable, que se te aparece cíclicamente como los ataques de malaria ya olvidados, por la hipoteca recurrente como un ave carroñera que te observa prepotente esperando que un mes des el traspiés definitivo para abalanzarse sobre tu desesperanza. Y luego, día tras días, el martirio de la gota malaya, incesante, insobornable al desaliento, de los recibos de la luz, del teléfono, del móvil, de esa guardería que parece que pagas tú solo porque eres el tonto de la nómina, el clase media funcionarial siempre bajo sospecha mientras otros que te doblan en pasta no cotizan ni lo suyo porque no tienen controlado el emolumento, que más que emolumento son auténticos monumentos al ingreso ilegal, o legal sin factura, que es lo mismo. Y entonces, en la última semana, se te esfuma el último euro y tienes que aplazar de nuevo el viaje de diciembre, la salida del finde, el pequeño desahogo. Y entonces te sientes todavía peor cuando piensas que al menos tienes esa nómina devaluada y triste con la que tapar tu pasar por esta vida. Otros deben conformarse con una manta.

* Profesor