La única España oficial que puede mirar directamente a los ojos de sus ciudadanos sin esperar respuesta alterada alguna es, por ejemplo, el Ayuntamiento de Córdoba por la utilización que cada año por estas fechas hace de los Jardines del Alcázar de los Reyes Cristianos. Esos jardines, en su día sólo escenario para los festivales de España a los que no tenían acceso sino los elegidos, se convirtieron la noche del pasado martes --cuando por otras zonas de la ciudad se habían abierto exposiciones de Nazario y Ocaña, dos artistas de la España diferente—en una especie de vergel ciudadano en el que junto a la conversación de piedra de los Reyes Católicos con Colón muchos cordobeses vivieron el exclusivo momento de ser los protagonistas de ese mayo que tanto ha trascendido desde Córdoba para la humanidad. Sí, en apariencia solo diplomas, saludos, fotos y unas copas, pero para mí, que nunca lo había vivido, supuso el reconocimiento de la oficialidad ante los ciudadanos que hacen las cruces, las rejas y balcones, los patios y las casetas de feria como los exactos protagonistas del famoso mayo cordobés, «tanta belleza concentrada en tan corto espacio de tiempo», según la alcaldesa Isabel Ambrosio, que con sus besos dejó claro en los rostros de los protagonistas de mayo que este mes es creatividad ciudadana a la que la oficialidad le tiene que poner su sello. Niños, jóvenes, adultos y abuelos desfilaron por el escenario para recoger sus premios, su papel oficial en el que permanecerá escrito para siempre que han protagonizado el mayo cordobés, y que se hará historia de cada casa una vez que, convertido en cuadro, lo cuelguen en la pared. Al fin y al cabo la historia se cuenta por capítulos y al de la entrega de los premios del mayo cordobés le cupo el honor de gestarse junto al de la conquista de las Américas, de diversos y variados matices. El mismo momento de la copa -la noche infinita congelada en fuentes, plantas y guiños de estrellas-- fue una entrañable coyuntura de bar en el que los ciudadanos reconocidos sintieron la cercanía de una entidad oficial, su Ayuntamiento, del que solo tienen notificaciones de multas y subidas de la alteración catastral. Después de tanto exhibir la vida en campaña electoral en donde el protagonismo suele ser para el mitin asermoneado aprovechar el comienzo de la noche en unos jardines de ensueño que han acogido tantas veces el Festival de la Guitarra es un privilegio que nada tiene que ver con la política que te reclama el voto. Por aquí, casi desde la eternidad, el Guadalquivir ha mantenido este espacio cercano a puentes y aguas como esa zona en la que la ciudad tiene escondida su alma. Y los ciudadanos de Córdoba, los auténticos de patio y balcón, no los señalados por cargos de valiosos botines de pillaje o robo, vienen ahora por esta parte de la historia a ser reconocidos por la oficialidad. Seguro que dos campañas electorales todavía sin gobierno atentan contra la normalidad y hasta ponen en entredicho a políticos de todos los grupos. Por eso, pasearse por los Jardines del Alcázar y coquetear con la noche que se sostiene en el Puente Romano es otra posibilidad al alcance de la imaginación. Lo que hubiera hecho en su día Ocaña, que se fue a soñar a Barcelona, y ahora sigue haciendo Nazario, cuyas pinturas exhibe Vimcorsa.