La del 21-M fue una noche apasionante. Por una vez, la política pudo con el fútbol, y hubo más gente pendiente de los resultados de las primarias socialistas, que de la celebración del Real Madrid en Cibeles. Y eso que eran las primarias de un partido como el PSOE que no pasa por sus mejores momentos. Pero, la importancia que para la gobernabilidad de España aún tiene el centenario partido socialista, explica la gran expectación que despertaba en distintos círculos de opinión los resultados sobre la elección de su secretario general. Las noches electorales siempre están cargadas de gestos que retratan la magnitud del acontecimiento, y que valen más que los discursos justificativos de rigor. Estas son mis impresiones.

a) Las primarias han supuesto un ejercicio extraordinario de movilización de una militancia socialista que, adormecida en unos casos, e indignada en otros, se ha implicado en el proceso con una participación de más del 80%. Eso es, en sí mismo, un valor que dice mucho de la capacidad de las bases del PSOE de movilizarse, y que en este momento constituye su principal capital como partido.

b) También han mostrado la independencia de la militancia socialista a la hora de votar, ya que no se ha visto neutralizada por la fuerte influencia que han ejercido los diversos poderes fácticos, sea mediáticos, económicos o políticos. Las diferencias entre el número de avales y el número de votos de los candidatos, dice mucho de la independencia con la que se han comportado los afiliados del PSOE.

c) Los resultados han puesto de manifiesto la importante brecha existente entre la militancia y lo que coloquialmente se llama el aparato, constituido en este caso por los barones regionales (en su gran mayoría decantados a favor de Susana Díaz) y por una Comisión Gestora que, más allá de la aparente neutralidad de su presidente (el asturiano Javier Fernández), no ha sido, en opinión de muchos militantes, imparcial. La imagen de la concentración de militantes en las puertas de Ferraz gritando "Esta casa es nuestra”, acompañados de gritos de “¡Pedro! ¡Pedro!” y del canto de La Internacional, vale más que mil palabras, mostrando la brecha entre un aparato y una militancia que interpretaba la victoria de Pedro Sánchez como una especie de “reconquista” del fortín socialista del que habían sido desalojados.

d) La derrota de Susana Díaz supone también el fin de lo que se ha llamado el felipismo, retratado en el apoyo a la dirigente sevillana de los más emblemáticos dirigentes socialistas (Felipe, Guerra, Rodríguez de la Borbolla, Abel Caballero, Bono...) y de los exsecretarios generales Zapatero y Rubalcaba (no así de Almunia). Es una especie de rechazo en toda regla de una generación de políticos socialistas que han contribuido a las reformas democráticas de nuestro país, pero que se ha resistido a dejar la primera fila y se ven desairados por un amplio sector de la militancia que no se reconoce en ellos.

e) En cuanto a las reacciones de los candidatos derrotados, la de Patxi López fue impecable felicitando al ganador, poniéndose al servicio del nuevo secretario general y dispuesto a colaborar para unir e integrar al PSOE. Por el contrario, no se puede decir lo mismo de la reacción de Susana Díaz. En su corto discurso, no se puso a disposición de Pedro Sánchez, sino a la del partido (¿qué significa eso?), y salió de Ferraz de manera intempestiva sin esperar a escuchar las palabras del nuevo secretario general. Comprendo que no era plato de buen gusto para Susana Díaz salir a escena en esa aciaga noche, cuando todas las grandes expectativas de victoria que se le habían creado por ese círculo de aduladores que suelen acompañar a los políticos, se habían venido abajo en cuestión de minutos. Pero, la imagen de su reacción en la noche del 21M quedará en la memoria de los militantes socialistas, y puede que actúe como una pesada losa sobre ella si algún día decide reiniciar el proceso de conquista del poder en el PSOE.

f) La reacción del ganador, Pedro Sánchez, tiene dos lecturas. Una interna, dirigida a los militantes que le han apoyado, a los que les ha trasladado con bastante realismo que nada termina el 21M, sino que todo empieza esa noche, dando a entender que comienza un camino nada fácil de renovación del partido, cuyo primer escenario de dificultad será el próximo congreso extraordinario. Como corolario de ese mensaje interno, está la mano tendida a todo militante que, no votando a su candidatura, esté dispuesto a participar en ese proceso de reforma y regeneración. La lectura externa se puede expresar en el cambio del “No es No” que le ha acompañado en su campaña, al “Sí es Sí” que gritaban sus votantes en la noche de las primarias. Si unimos eso a la afirmación de Pedro Sánchez de que el PSOE, además de aspirar a sustituir en la jefatura del gobierno a un PP lleno de corrupción y responsable de la situación de pobreza y desigualdad a la que ha sumido al país, hará una oposición útil, nos encontramos con un mensaje que no parece guiado por el resentimiento, sino que se proyecta al futuro, un futuro cuya primera prueba de fuego será la moción de censura presentada por Unidos Podemos hace unos días.

Son impresiones de una noche de la que se sale con la convicción de que el cambio y la regeneración del PSOE comienzan, efectivamente, el día después del 21M, pero también con la sensación de que no va a serle fácil a Pedro Sánchez y su equipo. Su fuerza, basada en la militancia, es una fuerza emocional, lo que no es baladí, pero carece de la fuerza orgánica necesaria en todo partido político para emprender una reforma profunda de sus estructuras y modelo de funcionamiento.

Me temo que las primarias han sido un primer asalto de un combate que tendrá en el congreso extraordinario de junio su continuidad, y en el que sectores hoy instalados en el “aparato” se resistirán a perder sus posiciones de poder en favor de una militancia que, en su mayor parte, está formada por afiliados que no han ocupado cargos orgánicos y que aspiran a ocuparlos, o por militantes con cuentas pendientes dispuestos a saldarlas. De cómo satisfacer esas aspiraciones, y de cómo frenar la inevitable actitud revanchista que suele instalarse en los corazones despechados, dependerá el futuro del proyecto de Pedro Sánchez, pero también el futuro del PSOE como alternativa de gobierno.

El cambio y regeneración del PSOE no puede hacerlo sólo el grupo ganador, por mucho que haya obtenido una incuestionable victoria con más de la mitad de los votos de los militantes. Necesita contar con una amplia base de apoyo, y eso pasa por atraer a lo mejor de los equipos de los otros dos candidatos, equipos que cuentan con personas de valía política y profesional que no pueden ni deben ser desaprovechadas en un arrebato de soberbia y arrogancia por parte de los ganadores.

Porque no es solo sustituir unos cargos por otros, sino algo mucho más difícil, como es elaborar un programa de gobierno con propuestas creíbles y factibles que respondan a los complicados retos de la España del siglo XXI (de reformas económicas, de regeneración política, de igualdad y cohesión social, de reforma de la estructura territorial del Estado, de posicionamiento en la escena europea...) y que marquen diferencias respecto a otros partidos.

Pero para ello, el PSOE se tiene que mostrar como un partido reconocible, dispuesto a afrontar ese desafío en cooperación con otras fuerzas políticas afines, pero también con partidos que, situados en posiciones ideológicas distintas, son necesarios para abordar las reformas constitucionales y los grandes temas de Estado. Tal es la diferencia entre un partido con vocación de gobierno, que es lo que ha sido el PSOE en estos cuarenta años de democracia, y un partido condenado a ocupar un espacio en la oposición. Ese es el dilema que tienen que resolver Pedro Sánchez y el equipo que salga del congreso de junio.

* Profesor de Investigación. Catedrático de Sociología del IESA-CSIC

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