La falta de vergüenza es compatible con todas las tenencias posibles: inteligencia, voluntad, belleza, facilidad de palabra, cargo político...

El caso paradigmático es el de Cristina Cifuentes.

Introduce torticeramente en su currículo un máster que no necesitaba. Para hacerlo no repara en barras: matrícula tardía, actas falseadas, firmas indudablemente falsificadas... Y cuando se le pide que presente el trabajo que dice haber hecho, replica con el mayor descaro, con la mayor desvergüenza, que no lo encuentra y que posiblemente se ha perdido en una de sus muchas mudanzas; como si se tratara de un par de medias o de un viejo camisón. La gente no guarda sus trabajos en cajas de zapatos.

Y en cualquier caso el trabajo permanece en la memoria del ordenador.

Si se la increpa muy justamente por tanta irregularidad, desde todos los frentes --salvo en su partido, de acreditada manga ancha-- ella contraataca esgrimiendo que se la persigue sin otra causa que instalar la izquierda radical en la Comunidad de Madrid. Evidentemente Cristina tiene respuesta para todo y en todos los casos. ¡Que viene la izquierda!

Pero lo característico de la falta de vergüenza es que el que hace uno hace un ciento, y en los más diversos niveles.

Pero al fin ha tenido que dimitir. Es irrebatible el vídeo que muestra como es registrada en un supermercado, y en el registro se sacan de su bolso unas cajas de cremas no pagadas. Otro caso de fullería innecesaria: ni el master ni las cremas eran imprescindibles en su vida.

No la salva ni su capacidad de dar respuesta a todo con la mayor frescura.

No fue un hurto, fue una distracción, un descuido. Hubiera sido demasiado achacar al vigilante del supermercado intencionalidad política.

Sí descuido, sí. El descuido de un descuidero.

¿Y confiar en tamaña sinvergüenza la principal tarea política de la Comunidad de Madrid? Es demasiado incluso para un partido en el que la corrupción de los suyos no le altera el pulso.

El paso de un sinvergüenza de gran calibre por un puesto importante deja siempre algún secuela desastrosa por bien que se haya desempeñado técnicamente.

Esta que dice irse con la cabeza muy alta --sin duda la operación de cuello la dejó imposibilitada de bajarla-- deja a una universidad prestigiosa nadando no entre dos aguas, sino en pleno barrizal.

Y uno se pregunta ¿a cara tan dura hay que aplicar cremas?

* Escritor y abogado