He conocido a grandes jugadores o ludópatas o como se quieran llamar. La mayoría de las personas trepidantes lo son, la mayoría de los artistas lo son, la mayoría de la gente que ha entendido de qué va la vida lo es también en cierto grado. Más de una miembro de mi familia (de la de sangre y también de la elegida libremente) ha tenido que acogerse en algún momento al programa en el que solicitas, de forma voluntaria, que no te sea permitido el acceso a las salas de juego, a los casinos y a los bingos. Soy consciente de que en algunas ocasiones la adicción al juego se convierte en un problema serio que puede llevar a personas y a familias enteras a situaciones muy graves. Afortunadamente, no ha sido nuestro caso. Tal vez por eso nunca he sido capaz de escandalizarme ante los ludópatas, ni siquiera de juzgarlos.

Siempre he pensado que los que necesitan de los juegos artificiales casi nunca acuden a ellos antes de haber agotado todas las posibilidades de los juegos reales. Tuve una amiga cuya frase favorita era «¿qué te apuestas?» y con la que me jugaba cenas, dinero, libros, ropa y favores varias veces al día. «¿Qué te apuestas a que el semáforo se pone en verde antes de que contemos hasta diez?», «¿qué te apuestas a que no trae vino?». Siempre ganaba ella.

Por eso a los casinos acuden los pobres que tienen demasiado y los pobres que ya lo han perdido todo. Tenía otra amiga que decía que su restaurante favorito para ir a cenar era el del bingo, la acompañé una vez y, a pesar del jamón ibérico y de los pintorescos comensales, me pareció el lugar más triste y solitario del mundo.

Pero no solo los que se pasan la vida en el bingo son jugadores, en mayor o menor medida, todos jugamos. Los grandes adictos al juego que he conocido eran ante todo unos adictos a la vida. Y solo se hacían adictos al juego cuando les quedaba claro que la vida no iba a cumplir sus expectativas. La vida, que nunca cumple nuestras expectativas porque las cumple todas.

Pero existe una diferencia importante: en los casinos, la banca siempre gana (todos los ludópatas lo acaban reconociendo, algunos pasan incluso meses apuntando minuciosamente sus pérdidas y sus ganancias y construyendo estadísticas imposibles para intentar demostrar que no es así, pero finalmente siempre se dan por vencidos), en la vida, no. Es bueno saber que en la vida no siempre gana la banca, a veces ganas tú, aunque solo sea temporalmente, aunque suela ser una victoria solitaria. H

* Escritora