E l verano es fantástico porque puede uno darse panzadas de lectura. Es decir, podemos retroceder a un mundo sin interrupciones en el que nuestra atención no estaba ni fragmentada ni dispersa. Los neoconversos a la Gran Diosa Tecnología dirán que el mundo actual es mejor porque saltar digitalmente de una cosa a otra significa diversidad y amplitud de conocimientos, pero yo soy menos entusiasta y creo que nuestros mó- viles deberían ser herramientas y no fines absolutos y absorbentes.

Ayer tarde paseaba junto al mar y me cruzaba con padres y abuelos de cuyo brazo colgaba su prole adolescente. No es que los habitualmente ariscos jovenzuelos se hayan vuelto más expresivos en sus afectos, es que como van pendientes de las pantallitas que llevan en la mano, sus mayores deben guiarlos como se guía a un invidente, por el tacto. Terminé el paseo y volví a casa con muchas ganas. Es lo bueno de una lectura que te apasiona, que ya confundes tu mundo con el que el narrador crea para ti.

Ese libro al que deseaba regresar son las memorias del neurocirujano británico Henry Marsh, Ante todo no hagas daño (Ed. Salamandra). Están extraordinariamente escritas y solo por su valor literario ya descollarían, pero lo más singular es que en lugar de repasar sus muchos éxitos en una especialidad tan difícil como operar el cerebro, Marsh repasa sus fracasos. Con sensibilidad, pone ante nosotros y reexamina a los pacientes que se quedaron en la mesa del quirófano o que dejó con lesiones irreversibles. En un mundo en que solo se valora el éxito y hablar de nuestros estropicios es tabú, se agradece este examen de conciencia. Las debilidades y vulnerabilidades de los demás, si compartidas, hacen soportables las nuestras. No tengamos miedo a equivocarnos, parece que dice Marsh, pues es ineludible, tengamos miedo a hacer daño, que eso sí es evitable. H

* Escritora y guionista