No piense que hay justicia en lo que respecta a la propia imagen, porque de uno no se cuenta la verdad, sino lo que conviene.

Uno puede tener una conducta intachable que si así alguien saca algo con ello, no habrá problema en que le pongan como un ropón. Y al contrario: se puede ser el más salvaje hijoputa de la Tierra que si reparte billetes hablarán de él como el más virtuoso ángel del mundo.

Lo de la imagen propia es muy relativo, y más en estos tiempos en los que nuestra imagen es también digital y estamos desnudos en mitad de una plaza pública. Cualquiera puede localizar nuestra ubicación consultando programas y webs que señalan dónde está nuestro teléfono. Quien rastree mi tarjeta de compra (empezando por el mismo comercio donde la hemos usado) puede saber cuánto vino tinto consumo a la semana, si como o no mucha verdura y hasta mis gustos al comprar calzoncillos. Todo está registrado. También nuestros datos rebotan de fichero en fichero y nos llama a la hora más inoportuna la gente más rara para vendernos cualquier cosa. Por mucho que nos hablen de la Ley de Protección de Datos, creo que solo sirve para que algún funcionario nos ponga más pegas aún al realizar trámites.

Y para colmo, lo que no se sabe de nosotros directamente lo contamos. Colgamos imágenes en la red que luego será dificilísimo borrar, damos cuenta de nuestros gustos y hasta decimos si estamos de tapas o veraneando para ponérselo fácil, por ejemplo, al que quiera saber si estamos en casa. En fin: que respecto a la imagen y privacidad digital ya me he rendido y me limito a intentar ser prudente, a no facilitar datos por la red sin ton ni son, a no responder a preguntas comprometedoras y a cuidar un poco la información que manejo por la red, aunque soy consciente de que si algún hacker quiere desnudarte digitalmente estoy a su merced.

El otro día le pasé un antivirus a mi ordenador y me encontré con... ¡983 archivos--espías! ¡Madre mía, qué audiencia! ¡Si tengo más lectores en mi disco duro que algunos artículos en la web del periódico! ¡Diez veces más seguidores espías que amigos en mi cuenta en Facebook! ¡Doce veces más que mi cuenta en twitter!

En fin, que a los que me han colado los virus, y aunque ya he bajado los brazos en la lucha por mi privacidad en la red, les tengo que decir que vivo de contar cosas (llevo 27 años de periodista), así que, si quieren saber algo, pregunten, que yo se lo cuento. Que tampoco mi vida es tan interesante para tanto espionaje.