En mi chat de amigos catalanes sigo a diario el culebrón golpista que tan preocupados nos tiene y lo hago desde una perspectiva «catalana no independentista» muy interesante. Los hay de derechas, de izquierdas, de ese centro que Ciudadanos reclama, contrarios a la Monarquia o lo contrario, pero todos coinciden en algo sorprendente: el secuestro que padecen de los independentistas y la imposibilidad que tienen de expresar libremente su españolismo si no quieren sufrir amenazas en los colegios de sus hijos, perdidas en su trabajo y vulneración de sus legítimos derechos en una teórica sociedad libre y democrática.

Parece inaudito y hasta delictivo que alguien amenace al vecino si exhibe una bandera española mientras el impone la estelada en su balcón; que el maestro de tu hijo le obligue a no hablar castellano ni en el recreo; que el jefe en tu trabajo, el compañero o el cliente te hagan boicot si intuyen que no estás conforme con la independencia por lo que debes ocultar que disfrutas si gana Nadal o la selección y que eres bilingüe sin complejos, contestando en según la lengua en que te pregunten, sin más.

Confesaba una amiga del chat que se había mudado a Barcelona desde Tarrasa harta de aguantar en el colegio de sus hijos las esteladas en cualquier fiesta, las confesiones de profesoras sobre el miedo a utilizar el castellano ni en la comida, que eran obligadas a vigilar a los niños para que no hablaran en castellano ni en el patio y que tenían prohibido tener reuniones con los padres en castellano, aunque dijeran no entender el catalán, debiendo aguantar a las orgullosas maestras independentistas que le soltaban a ese padre «!ja portes tre anys a Cataluña!». Secuestro absoluto de la voluntad individual.

Esto está ocurriendo y el problema es que a los no independentistas no les queda otra que aguantar sin manifestarse tan libre y explícitamente como lo hacen los independentistas. El poder de la minoría que aplasta a la mayoría, el débil que secuestra al fuerte, el constante que supera al que abandona y cede.

Es difícil desde la distancia predicar, pero también creo que es ahora o nunca: salgan a la calle, saquen las banderas y en este momento tan trascendente digan también que no, que no tienen miedo y que no es no.

* Abogada