Una nueva Jornada de Infancia Misionera llama a las puertas de nuestro corazón, cuando apenas hemos concluido el tiempo de Navidad. Lejos de ser inoportuna, viene en el mejor de los momentos. Después de la celebración de la Navidad y de haber contemplado a Jesús con los pastores y los magos, se inicia la etapa final, que nos llevará a esta hermosa Jornada misionera (mañana, 28 de enero). Tres semanas para vivir la aventura de salir de nosotros mismos, de conocer otras culturas y otros niños para identificarnos con ellos. Es el momento de hacer realidad el lema general de Infancia Misionera: «Los niños ayudan a los niños».

Es allí, en Belén y en Nazaret, donde podemos descubrir la fuerza y el vigor de los niños, a quienes más tarde Jesús propondrá como camino el Reino de los cielos. Es en ellos y en su colaboración donde, allá por 1843, el obispo Forbin-Janson descubrió el manantial de esta cooperación misionera. Hace cuatro años, el Secretariado de Infancia Misionera entendió que las siguientes Jornadas deberían ajustarse a las dimensiones de la iniciación cristiana de la infancia, más allá de los juguetes y regalos.

Primero fue el lema «Yo soy uno de ellos», evocando la necesidad de conocer el mensaje de Jesús, nada mejor que un «gracias» podía expresar el segundo tramo. Al año siguiente la invitación a la vida cristiana, con el lema «Sígueme». Faltaba el último eslabón: así nace la propuesta provocadora del «Atrévete a ser misionero» de este 2018.

Ya el lema del pasado Domund, «Sé valiente, la misión te espera», ha ido disponiendo los corazones de los niños --y de los mayores-- para dar el paso al compromiso. El papa Francisco nos urge a caminar por esta senda de audacia y valor, y dice: «El ideal cristiano siempre invitará a superar la sospecha, la desconfianza permanente, las actitudes defensivas que nos impone el mundo actual. Muchos tratan de escapar de los demás hacia la privacidad cómoda o hacia el reducido círculo de los más íntimos, y renuncian al realismo de la dimensión social del Evangelio. Porque, así como algunos quisieran un Cristo puramente espiritual, sin carne y sin cruz, también se pretenden relaciones interpersonales solo mediadas por aparatos sofisticados, por pantallas y sistemas que se puedan encender y apagar a voluntad. Mientras tanto, el Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un c cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, del servicio, de la reconciliación con la carne de los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura» (Evangelii gaudium, 88).

Por todo esto los niños no pueden ser carne de cañón para pederastas o explotadores laborales, incluso niños soldados, víctimas de guerras, y tienen derecho en cualquier país a tener escuelas, educación integral, hospitales, casas donde vivir y en un futuro trabajo, en suma, una vida digna. A igual que cuidamos el planeta y se intenta evitar aquello que destruye evitemos también que los niños sean destruidos y aniquilados por el egoísmo y ambición de los mayores. La ternura y el cariño son el mejor trato que se merecen.

* Licenciado en CC. Religiosas