Toda esa gente depositaria del odio hacia una persona, que descollaba por encima de un país entero allí, en las inmediaciones de juzgados y calabozos para gritar a «la negra», y el resto, por qué no, al otro lado de las pantallas, en miles de hogares y bares y cafeterías, toda esa «buena gente», clase popular, trabajadora y honrada, ¿qué habría hecho con la negra así, en grupo voraz, de haberla tenido a mano sin Policía ni Guardia Civil mediante? Decídmelo, amigas. ¿Le habríais escupido, arrancado mechones, tirado al suelo, pisado la cabeza, atravesándola después con hierro candente (como escuché decir)? Y luego, ¿colgaríais las fotos y vídeos en er feihbu? ¿Y a casa, más tranquilas? (En ocasiones me dan ganas de perderme en un desierto del pasado. Allí todo era más limpio. Te cortaban la cabeza por placer o necesidad, y punto. Ahora comerciarían con el video). Bueno. Pero fijaos cómo periodistas y políticos potenciaron, con admirable eficacia visceral, detalles íntimos, vidas pasadas, intenciones, pensamientos (joder, qué profundidad), activando con espuma en la boca la espoleta del odio. Qué fácil para todas. ¿Por qué no insistieron de igual manera en el asunto de Lucía Vivar? Oh, no, cuidado. Un caso no resuelto avergüenza, pero sobre todo, aburre. Hay que trabajar duro, filosofar sin prejuicios, ni complejos, ni tripas, ni mala leche. «Pero» argumentaréis «es que la negra es un hija de puta». Vale. Acato esa respuesta y le asigno la merecida funcionalidad antropológica. Me sirve enormemente, oh, sí, para conoceos todavía mejor. Políticos y «periodistas» vendidos también saben de qué vais. Por eso menean la carnaza al tiempo que bajan pensiones, elevan facturas, etc., etc. Pan y circo. Mucho más fácil y rentable que reabrir un caso no resuelto, coronado de chapuzas.

* Escritor