Por qué será que buscamos siempre la canción que nos atrapa justo en ese momento y no otro. Hagan sino el ejercicio de tomar una carretera, unas buenas zapatillas y escuchen lo que la música les tienen que contar.

Podría construir mi vida a base de canciones porque siempre soñé. «Soñar no cuesta nada, soñar y nada más». De vez en cuando las escucho todas, de golpe, para saber quién soy, de dónde vengo y a dónde voy. Un día descubrí que «es la mano y no el puñal» y que «no voy a sentirme mal si algo no me sale bien» porque por fin, como Fito, «he aprendido a derrapar».

Como norma de vida tuve claro al oír a Jorge Drexler que «cada uno da lo que recibe, luego recibe lo que da, nada es más simple, no hay otra norma, nada se pierde, todo se transforma»... Y en el amor y más aún en el desamor, tan pronto quería ser «el único que te muerda la boca y saber que la vida contigo no va a terminar», como Los Rodriguez, como de repente languidecía con Rosana porque «si tú no estás aquí me falta el sueño»... y hasta el aire me quemaba, que ya lo dijo Fito, «nadie puede y nadie debe vivir sin amor».

Fito también me enseñó que había que empezar a entender que «las cosas importantes están detrás de la piel» para de vez en cuando «coger el cielo con las manos y empezar la casa por el tejado». Y por fin llegó Loquillo y con él aceptar que «no vine aquí para hacer amigos», pero «que siempre puedes contar conmigo», aunque de mí se diga «que soy un tanto animal» porque «en el fondo soy un sentimental».

Muchas veces también estuve «vacía como una isla sin Robinson, perdida como un quinto un día de permiso, más triste que un torero al otro lado del telón de acero, errante como un taxi por el desierto, o inútil como un sello por triplicado», pero siempre estuvo conmigo, rotundo y exacto, el gran Sabina para recordarme, además, que un día hubo una Magdalena «con ese corazón tan cinco estrellas que hasta un hijo de Dios se fue con ella y nunca le cobró».

Hoy, a la vuelta de muchas batallas cojo mis zapatillas y enfilo el serpenteante camino, siempre adelante, mientras escucho a ese mago de la palabra para confesar como él «que lo niego todo, aquellos polvos y estos lodos. Lo niego todo, incluso la verdad... y, si me cuentas mi vida, lo niego todo».

* Abogada