La mayoría de fuerzas políticas que concurren a las próximas elecciones legislativas ha abierto un proceso interno de primarias para elegir a sus cabezas de lista, pero o bien lo han trufado de cortapisas que limitaban el margen de maniobra de los militantes y simpatizantes, o bien las urnas no han llegado ni siquiera a abrirse. En este sentido, sólo hay que significar dos únicas excepciones: Podemos --aunque el proceso en que se eligió a Pablo Iglesias fuera también encorsetado y controvertido-- y de UPyD. Mariano Rajoy, si no hay un giro imprevisto en los acontecimientos, será propuesto por la dirección del PP sin tener que someterse al proceso. Pedro Sánchez pasó por primarias, pero sin votación. Fue el único candidato que reunió los avales (27.249 avales frente a 180 de otros aspirantes). A la fórmula, consagrada en la tradición democrática anglosajona (EEUU, Reino Unido) y consolidándose en otras como la francesa y la italiana, le está costando echar raíces en la política española, a pesar de que parece claro que necesita más que nunca herramientas que puedan dar respuesta a las ansias de regeneración democrática, apertura y participación que los ciudadanos expresan de forma inequívoca cada vez que tienen ocasión de ello. A ojos de las direcciones de los partidos, ponerse en manos de los militantes y simpatizantes quizá pueda ser incómodo y arriesgado; pero no hacerlo, en mitad de una innegable crisis de credibilidad de la política y los políticos, es sin duda pegarse un tiro en el pie.