El mejor amigo del hombre es el napalm, la gasolina gelatinosa. Desde su invención en los años cuarenta nos ha acompañado fiel como un perro y ha ayudado al ser humano en la solución de sus rencillas, o al menos en su aplazamiento sine díe. Incluso fue utilizado por las fuerzas de paz de la ONU (paz ardiente, ardorosa como la pasión) durante la guerra de Corea. Será por eso que más de la mitad de la población de Corea del Norte es adicta a la metanfetamina, una especie de soma orwelliano euforizante que además quita el hambre: ya se sabe que, muerto el perro de la hambruna y la tristeza, se acabó la rabia de la libertad. El que dirige aquello, Kim Yong-Un, ha fusilado a una exnovia cantante y a 11 más por hacer una peli porno, se ve que el afán destructivo del napalm permanece en la información genética de algunos individuos. Mientras, el premio Nobel de la Paz, míster Yes, we can , se desdice después de que el Parlamento de sus primos de Albión haya decidido que quieren seguir sin novedad en el frente (sirio). Obama, dicen, es como el papa Francisco, que ha querido cambiarlo todo, pero, a diferencia del fichaje argentino del Vaticano CF, no se atreve porque no le dejan; al Papa tampoco le van a dejar, pero al menos se atreve. En la sombrilla del Bajondillo he seguido en The Times el quiebro británico, el cacareo del gallo francés y el raje yanqui de última hora al verse solo ante el peligro sirio (Hollande no le sirve, según parece, el foie-gras se repite mucho en el desierto). A Kerry --al que jalearon los ilusos cuando se presentó a presidente-- se le han aparcado los humos. Conociéndolos, humo de napalm, seguro.