El anciano cronista huye como del diablo del concurrido tema de la Memoria Histórica. No obstante su ahincada fidelidad al noble oficio de Clío y el compromiso si no de sangre, sí de insomnios y velaciones en su adusto altar, la deturpación que invade y domina hegemónica y desgraciadamente la mencionada materia determina tan pesarosa actitud. No obstante, en los días precedentes varios sucesos le han animado a reafirmar su firme creencia en las virtualidades de su entrañada profesión.

En una de las ciudades andaluzas más castigadas en la guerra fratricida por crímenes y tropelías sin cuento del lado de los futuros vencedores, un colega muy admirado y respetado por el articulista a causa de su rigor y permanente ejercicio de una virtud tan poco hispánica como la de la tolerancia, ocupa --como debe ser...-- un lugar destacado en la pertinente comisión creada a los citados efectos por un cabildo municipal tan laudable y diligentemente preocupado por asuntos concernidos por el tema en cuestión, como lamentablemente desatento, en múltiples ocasiones, de la mejora de las condiciones de vida de sus conciudadanos del 2017. Es de esperar que el peso y la autoridad del estudioso aludido hagan discurrir, con natural y lógico esfuerzo, los trabajos y los días del referido organismo por caminos que ensanchen verdaderamente la conciencia cívica en tema tan trascedente, y la disciplina historiográfica revalide en tan difícil escenario su naturaleza y razón de ser. Sobre el postulado indiscutible del innegable derecho --¿y obligación...?-- de que las generaciones actuales, afligidas por el desconocimiento de las tumbas anónimas de sus víctimas en la insana contienda, logren darles por fin un enterramiento digno, todo o casi todo lo que sobrepase tal postura y sentimiento redundará empecinadamente en la consecución de la reconciliación fecunda y creativa de los españoles cara a sus ineludibles --y muy grandes-- deberes frente al porvenir de las generaciones próximas, tan res sacra o más que la filial y piadosa inhumación de los españoles asesinados por la incuria y enfrentamiento de décadas.

En la querida y añorada Universidad Hispalense presta desde ha tiempo sus valiosos servicios un catedrático de elevada estatura científica y profesional en una de las disciplinas de mayor presencia en la cuotidianidad nacional y también internacional... En unión de Pedro Cerezo Galán, de Antonio Enrique Pérez Luño y de cuatro o cinco docentes más constituye la pléyade más refulgente del vocacionadamente grisáceo panorama de la cultura andaluza --¿solo de ella...?--. Curiosa y alertadamente como universitario de raza ante los problemas más acuciantes de la España hodierna, no ha escapado a su incesable y acribiosa pluma el eco y la relevancia de la «Memoria Histórica», tanto más cuanto son algunos políticos cercanos a sus posiciones en el terreno ideológico los más ardidos paladines de su exposición y defensa. En esencia, y su gozoso interlocutor en una lluviosa tarde no es infiel a su pensamiento en la materia, su juicio es este: El planteamiento de la controvertida cuestión es probablemente equivocado al no enraizarse en la cultura del perdón, del mutuo perdón ante un drama excruciante. Postura, como se ve, no muy distanciada de la formulada por D. Manuel Azaña en tesitura memorable cuando todavía la guerra civil no había llegado siquiera a su ecuador; y todavía hoy, pasada ya a la historia el gran acontecimiento de la Transición, no por entero asimilada por la sociedad española. Para su desdicha, desde luego...

* Catedrático