Recientemente, se ha publicado un libro que lleva por título Política y sociedad del Papa Francisco. Encuentros con Dominique Wolton, y es el resultado de doce entrevistas del pontífice a lo largo de dos años con el director de investigación del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia. Wolton, sociólogo, publicó un libro de entrevistas similar con el cardenal Jean Marie Lustiger, judío converso al catolicismo, que fue arzobispo de París. Al hablar de las mujeres de su vida, el Papa cita a sus dos abuelas; a una comunista paraguaya que tuvo de jefa cuando trabajó en un laboratorio químico y le enseñó a «pensar en la realidad política»; a antiguas «pequeñas novias» de la adolescencia... La lista incluía a una psicoanalista. Y comenta el Papa: «Era un momento de mi vida en que necesitaba consultar y durante seis meses fui a su casa, una vez a la semana, para aclarar ciertas cosas», reconoce Bergoglio, quien entonces tenía 42 años y era provincial de los jesuitas en Argentina. «Años después, prosigue diciendo, cuando ella estaba a punto de morir, me llamó. No para los sacramentos, puesto que era judía, sino para un diálogo espiritual».

En cuanto a las alabanzas a su abuela Rosa, el Papa las ha prodigado en varias ocasiones, situándola en el origen último de su papado. Fue ella la que le enseñó a rezar, la que le inició en las prácticas de una determinada piedad popular y la que le transmitió la fe en un Dios encarnado en la historia. Ella, que había visto morir a seis de sus hijos, recién nacidos, ejerció generosamente de canguro de su nieto, Jorge Mario, cuando la madre de este apenas se podía mover por sus sucesivos alumbramientos. Rosa era una mujer humilde y de notable inteligencia, campesina de un pueblecito de Liguria. Al decir del Papa, ella fue una santa que supo soportar, con coraje, a lo largo de su vida, muchos sufrimientos físicos y morales. Por eso ella, que afirmaba haber dado a sus nietos lo mejor de su corazón, hablaba por propia experiencia cuando les aconsejaba recurrir al bálsamo de la mirada a María, a los pies de la cruz, para sanar las heridas más profundas y dolorosas. El Papa, al citar una máxima de su abuela, en la homilía de la misa inaugural de su pontificado, estaba realizando un gesto insólito. Con él reconocía implícitamente el valor teológico de la sabiduría popular, en continuidad con la expresada en los libros sapienciales. «El sudario no tiene bolsillos», le dijo la abuela Rosa, máxima que podía ser remitida al salmo 49: «Su fasto no bajará con ellos a la fosa». Todo un programa para un papa que pretendía impregnar de sencillez franciscana el ejercicio de su pontificado. Hermosa lección la del Papa Francisco, recordando a las mujeres que impactaron e influyeron en su vida. Tiene para ellas un recuerdo encendido de gratitud y de esperanza.

* Sacerdote y periodista