A pesar de conmemorarse actualmente el I Centenario de la Revolución soviética -por cierto, que muy átonamente, ya que la cultura española hodierna, la adocenada progresista y la atrofiada conservadora, no da para más, no es cuestión, por supuesto, de reivindicar el liderazgo femenino en el complejo sistema del trasporte público español, sino de celebrar la incorporación masiva de la mujer a la conducción de dicho vital medio de comunicación viaria.

En la provinciana y recatada ciudad en la que el anciano cronista tiene, a los efectos, la inmensa fortuna de habitar, tal incorporación se produce a gran escala en las últimas semanas, hasta el punto que de aquí a pocos meses su superioridad numérica llegará a ser, como en otras funciones edilicias y oficiales, incontestable y abrumadora. Obviamente, solo albricias y plácemes merece el suceso. En la hechizadora urbe donde tal fenómeno acontece estos días del urente estío (¡llevadero hasta el momento...!), ello es tanto más de resaltar cuanto que los conductores masculinos de los autobuses municipales han constituido durante décadas un loable ejemplo de entrega, eficacia y amabilidad. En un gremio sometido a muy altas exigencias y presiones de tan variada como numerosa índole, el cumplimiento de su deber ha sido siempre realmente envidiable y acreedor a la gratitud del lado de usuarios y clientes.

Pero, «allí donde estuvo Eva, allí estuvo el Paraíso...». Al margen de disputas y eslóganes, de polémicas y controversias deturpadoras gramaticales y sociales, el trato cordial con el staff femenino de los autobuses en las primeras luces de la mañana -hora del ensueño y la esperanza, mas también de la irritabilidad y la aspereza- es indudablemente de superior calidad anímica al de la relación con sus colegas varoniles. La igualdad sustancial y, ocioso es recordarlo, jurídica entre hombres y mujeres en nada se opone al muy distinto talante a la hora de afrontar sus cometidos laborales. Y en tal extremo radica justamente el matiz básico sobre el que descansa la muy clara superioridad femenina en las colectividades contemporáneas, al igual que en las pasadas el matriarcado colocó su mayor huella sobre cualquier otra muestra por aparatosa que fuese del lado de los indigentes y pretenciosos hombres.

Quien albergue alguna duda al respecto, una visita a la mágica ciudad española más condecorada artística y culturalmente a nivel internacional, pronto se convencerá de ello.

* Catedrático