Fue el viernes pasado, al final de la mañana, en el parque de Colón. Yo estaba leyendo poemas. Entonces, con el rumor de la fuente, oí un llanto. Una mujer lloraba y hablaba por el móvil. Terminó de hablar y me miró. Fue un instante. Yo te hubiese preguntado si podría ayudarte en algo. ¡Me miraste con unos ojos tan tristes! Eras joven, pero tus ojos ya estaban viejos. El cielo tenía nubes de otoño. Los árboles se volvían marrones. Una niña pasaba tras una paloma. Te subiste a tu bicicleta y te alejaste hasta perderte. Mi alma se llenó de una tristeza infinita, que me dura y me dura. ¿Qué le pasaría a tu alma? ¿Qué dolor? ¿Qué imposibilidad de ser feliz? Ese dolor que nadie te ve, que llevas en silencio por las calles, los cuartos, en un dormitorio, en tantas madrugadas. Y seguir con los días, sin esperanza, sin amor. Y así otro día, otro año. ¡Cuánto dolor escondido me transmitió tu corazón! Ese dolor callado, que no aparece nunca, que nadie comparte, que se lleva tu alma a la noche y la exilia de tu felicidad. ¿Qué te pasaba? ¿No tienes amor? ¿Sufres en silencio malos tratos? ¿Tienes una depresión? ¿A dónde ibas perdida entre la gente? ¿A qué piso, qué circunstancias, que noche? Te vi en la cola del supermercado, con las bolsas de la compra; en la cocina, los platos, la plancha; mendigando amor donde no lo ha habido ni lo habrá nunca, y siempre en silencio, un silencio como una niebla interminable. Querida mía: Si por casualidad lees estas palabras, quisiera que te sintieras acompañada de alguna manera, estés donde estés. Ya sé que no volverá ese momento en el que por un instante nos miramos y nuestras almas se sintieron. ¡Pero yo quisiera darte tantas cosas! Ten esperanza en ti. La vida siempre camina. No te abandones. No te niegues a ti misma. No creas esa voz que te dice que no puedes, que te resignes a no vivir ni ser libre. Nadie merece la pena que le sacrifiquemos nuestra alma. Todos nos merecemos el amor y la alegría. Seguro que tú no eres la que te han hecho creer quienes no te aman. Sal de ese fondo. Siempre encontrarás a alguien dispuesto a ayudarte. ¡Ay tanto tanto dolor en cada corazón! ¿Por qué los seres inventamos las lágrimas y la soledad? Pero yo te mandaré ya siempre mi corazón, estés donde estés, aunque nunca sepa más de ti.

* Escritor