La muerte, el fin imprevisto de nuestros días, el paso a la nada, o al más allá, para según quién y sus creencias, por un simple pero brutal chasquido de nuestro corazón, cuando de refilón nos toca pero a quien se lleva por delante es al vecino, aunque nos deje helados, nos debiera hacer reflexionar sobre que más pronto de lo deseable anochecerá y que hoy somos todo, como al minuto siguiente pasamos a ser la más absoluta nada.

Asistir a la muerte repentina de una mujer que a nadie ha dejado indiferente con imágenes que permanecerán en nuestra retina, como esa en la que siendo la primera ministra de Defensa de la Historia de España pasaba revista a una tropa masculina con pantalón casi militar, paso tan firme como seguro y con sus entrañas preñadas, me congela el alma; caminar por la calle y asistir a la incomprensible visión del caminante que a tu lado se desploma de repente de un ataque al músculo que manda en nuestras vidas, me abruma y deja sin resuello; conocer que un colega de profesión enmudece para siempre y muere solo y de repente entre demandas y papeles pidiendo justicia, me hace pensar que qué justicia puede haber en tan terribles finales.

La muerte nunca es bienvenida, pero esa que llega de repente, la percibo más cruenta todavía. Ahora existes, ahora no. Reflexionar sobre el breve instante, casi un suspiro, que media entre estar y dejar de ser, sin aviso, sin lugar a despedidas, sin tiempo a coger el equipaje, sin decir te quiero a los que se lo dijiste demasiado poco, sin terminar aquello que iniciaste, sin explicaciones, ni palabras, ni abrazos, ni nada, es realmente desolador incluso -creo- para los que piensen que solo estamos en tránsito hacia otra vida.

Como en una premonición, hace días me impactó de manera extraordinaria oír a Jack Nicholson, convertido en Sr. Schmidt (About Schmidt) cuando espeta en voz alta y abrumado «dentro de cien años, cuando mueran todos los que nos conocieron, nadie se acordará de ti»... para muchos de nosotros bastarán muy pocos, ni siquiera cien para que nos olviden, así que hoy solo me resta animarles a vivir con intensidad, con toda la que puedan, porque el sentido de la vida no puede ser otro que vivirla, hasta que el maldito chasquido nos sorprenda.

* Abogada