El día 19 de junio tendremos un nuevo rey: Felipe VI. Su padre, Juan Carlos, cerraba las últimas etapas de un reinado histórico y brillante (el único rey que impulsó las libertades, la democracia y ayudó a la prosperidad de España) cuando el hocicar de nuestro país contra una crisis furibunda sacó a la luz toda una suerte de miserias personales y familiares que aún le llevan a maltraer. Estos episodios --traídos de forma sensacionalista, todo hay que decirlo-- han hecho que su figura sea la de uno más de esos políticos, financieros o poderosos que se han emporcado con el dinero, las influencias y "esas otras delicias de la vida". Ello le ha llevado a perder toneladas de estima y respeto entre los españoles, que han visto cómo día tras día en los últimos tres o cuatro años dejaba de ser un ejemplo, quedando a merced de la marea política española tan turbia. Si a este estado de cosas le añadidos su precaria salud, nos salen las causas principales de la abdicación.

Pero se va de forma precipitada desde el punto de vista jurídico, pues nunca se legisló sobre la Corona, seguramente por su cabezonería, para no atraer foco mediático especulativo y malicioso sobre la institución. Y también en lo político, ya que el proceso secesionista catalán está en plena ebullición, y el PSOE, su gran sostenedor político, en crisis profunda y de mudanzas.

Claro que una decisión de esta naturaleza no sorprende en un jefe de estado que funcionó gran parte de su reinado "muy suelto de manos", según un ministro de la etapa de Felipe González, y sin que los gobiernos lograrán imponerle algo que no le gustara.

En medio de este tráfago de acontecimientos será proclamado Rey Felipe. Todos esperamos lo mejor de él. Tiene formación, seriedad y parece que temple. Aunque esté por ver, claro. Con él cambiará el estilo y la forma de presentación pública y privada de la institución monárquica. No obstante, y de entrada, tendría que abordar, de la mano del Gobierno, el Parlamento y escuchando a la sociedad, dos asuntos urgentes: la trasparencia más absoluta en su casa y el proceso secesionista catalán.

La Zarzuela tiene que dejar de ser un búnker ya. No es tan difícil cambiar su casco de hierro y hormigón por una cúpula de cristal. Tiene varios ejemplos en otras casas europea. Noruega, Dinamarca... Hasta Isabel II cuelga de su web el gasto en semillas de gladiolos. Tenemos que saber qué se paga en seguridad y cuál será el boato del próximo rey emérito. Solo así dará ejemplo y generará confianza.

En cuanto a Cataluña, tendría que ejercitarse en la práctica de un dificilísimo quíntuple salto mortal que haga posible la supervivencia de España. Porque Cataluña se va, y luego será el País Vasco.

Nadie sabe lo que podrá hacer, pero debería intentarlo. Sin ir más lejos, su padre tuvo un reto aún más complicado: ayudar a que nos abriéramos a las libertades habiendo jurado los Principios Fundamentales del Movimiento.

* Periodista