La muerte de Luis de Marcos, el enfermo de esclerosis múltiple que luchó denodadamente para que se legalizara la eutanasia en España y que defendió su derecho a morir dignamente, vuelve a poner sobre la mesa un asunto espinoso y de gran calado moral que ya se discutió, a través de la iniciativa fallida de Podemos. Ciertamente existe la ley de autonomía del paciente y, en determinadas comunidades, como Andalucía, el testamento vital permite la atenuación de la obstinación terapéutica para con pacientes terminales, más allá de los cuidados paliativos y de la sedación, pero la asunción responsable y consciente de una actitud proactiva para acabar con la vida es una asignatura pendiente que debe ser abordada por la Administración. En una sociedad moderna, es un síntoma de civilización y respeto para con el ser humano que, además, en España cuenta con un amplio respaldo popular según las encuestas. Etimológicamente, eutanasia significa «buena muerte». Regulada de manera adecuada y con todas las prevenciones legales posibles, nos habla del apego a la vida plena, de la dignidad con que debería encararse un trance final para todas aquellas personas que simplemente, y en condiciones dolorosas e irreversibles, solo desean acabar con un sufrimiento inútil.