Los conciertos son mi pasión, no la única, pero sin duda la más definida. De hecho, cada vez que se anuncia alguna gira, mi entorno me mira directamente sabiendo que empezaré a pensar la forma de poder asistir y poner en marcha el engranaje de cuadrar piezas para conseguirlo (dinero, tiempo...). La música en directo siempre ha ejercido un poder subyugador sobre mí, hasta el punto de llevarme en su dirección como el flautista de Hamelín a los niños. Herencia paterna por supuesto, de un amante de la música que se fue solo a la plaza de toros de las Ventas a ver a The Beatles en 1965. ¡Qué maravilla las crónicas que me hacía de aquella noche!

Hace pocos días, una amiga de la infancia, de esas con las que compartes los desvelos de la adolescencia y las inquietudes y problemas de la vida adulta y que sientes como la hermana que no tienes, me envió un extracto de un reciente estudio científico de 02 y Patrick Fagan, experto en comportamiento y profesor de Goldsmiths Universidad de Londres, en el que indica que asistir a un concierto cada quince días podría incrementar la esperanza de vida gracias a su poder para impactar positivamente en el bienestar.

Bueno, no sé si aumentará la esperanza de vida acudir a conciertos, ojalá, pero estoy totalmente de acuerdo en que vivir un espectáculo de música en directo hace sentir muy bien, al menos a mí me pasa. Realmente, siento como momentos auténticamente felices extractos de conciertos, no solo de grandes artistas y grupos nacionales e internacionales, sino otros en pequeños locales a cargo de solistas y bandas quizás no tan conocidas, pero con ese encanto que llena el momento.

He visto a muchos cantantes y grupos, no tantos como me gustaría, y sigo intentando acudir a espectáculos de muchos más, si la industria lo permite claro está, porque en los últimos tiempos conseguir una entrada se ha vuelto una misión imposible. Valga como ejemplo los conciertos de U2 del 20 y 21 del próximo septiembre en el WiZink Centre de Madrid, en los que me sentí impotente ante la pantalla de ordenador que me indicaba que estaba en una cola virtual que, ¡oh voilà!, se «desatascó» cuando se habían agotado los tickets. ¡Ay, cuánto echo de menos ir a comprar mis entradas a Fuentes Guerra, qué ratos tan buenos buceando entre sus discos!

Ha llegado el momento de cambiar el sistema de ventas de entradas a favor de todos y no sólo de unos pocos, quizás si los artistas se implicaran más en este asunto no se producirían las quejas y reclamaciones que se están repitiendo en los últimos años. Espero que así sea y mientras, sigo «rastreando» futuros conciertos, pues asistir a cualquiera de ellos me lleva a vivencias únicas y se convierten en imágenes perennes en el bagaje de mi bienestar. Lo recomiendo, desconozco si acudir a shows musicales alargará la vida, lo que está demostrado es que provocan gran felicidad antes, durante y después del concierto, pues son instantes de alegría y entusiasmo que permanecen en el espectador para siempre.

* Periodista