CCelebramos hoy la fiesta del Corpus, palabra latina que hace refencia a la conversión del pan en el cuerpo de Cristo. Que tiene lugar en la misa de cada día. La misa a su vez quiere ser la reproducción de la cena que tuvo Jesús con sus apóstoles, el jueves por la noche, víspera de su prisión,y muerte en la cruz. Ahora bien, esta cena fue la última de Jesús, pero no fue la única. Son bastantes las ocasiones en que el evangelio hace alusión a las «comidas» de Jesús. Indudablemente, el acto social de reunirse a comer con los amigos fue en él habitual y corriente. A juicio de algunas personas, más atentas que él a los problemas de «imagen», frecuentaba excesivamente la compañía de personas que desmerecían en ambientes selectos.

Era habitual en Jesús en estas reuniones hacer comentarios sobre Dios, y sobre la conducta a observar para estar cerca de Él.

Su primer milagro lo realiza precisamente en un banquete de bodas, y con finalidad gastronómica (Jn 2 1 12). Después de una intervención en la sinagoga, se iba a cenar con los amigos más próximos (Lc 4 39). Celebra con un gran banquete la incorporación de Mateo al grupo de los apóstoles. Lo cual da lugar a comentarios entre la gente «de orden», porque, por lo visto, Mateo y sus amigos no eran bien considerados (Lc 5 29 30). Pero lo mismo que iba a comer a casa de unos, también se reunía con los otros: iba a comer a casa de los fariseos, y fue precisamente durante la tertulia de una sobremesa cuando expuso su pensamiento sobre el perdón de los pecados (Lc 7 38 50). A veces estas tertulias de sobremesa dieron lugar a un análisis crítico de la sociedad, poniendo al descubierto la utilidad de una religión preocupada por las formas mucho más que por el fondo (Lc 11 37 44). En estas comidas con gente importante y poderosa, se produjeron algunos de los enfrentamientos ideológicos más significativos sobre la supremacía de la Ley o de la Justicia (Lc 14 1 24). Su encuentro con la samaritana, y la exposición de su pensamiento sobre el Templo, tiene lugar durante una comida campestre (Jn 4 8 y 31). Organiza un gran perol en un monte de Galilea (Jn 6 11). Sus amigos de Betania le hicieron una cena homenaje (Jn 12 2). No solo era invitado, sino que también se autoinvitaba cuando veía que las circunstancias lo permitían (Lc 19 5). Consciente de que ya no tenía nada que hacer contra el poder de los sacerdotes, quiere despedirse de sus amigos con una cena en Jerusalén (Jn 13 2). Nada menos que la institución del primado de Pedro tiene lugar en el marco de un desayuno en la playa (Jn 21).

Este escenario, en el cual la figura de Jesús se había hecho familiar, se convirtió inmediatamente en el centro espiritual de la comunidad de los creyentes. La forma de hacer presente a Jesús, una vez desaparecido, era la repetición de aquello que él había hecho tantas veces: alrededor de la mesa. Cuando más tarde hubo que recordar la figura de Jesús, y su pensamiento, sus amigos le recordaban sobre todo en el marco de una comida o de una cena. Incluso llegó a ser característica su forma de proceder durante una comida o una cena. Esto es precisamente lo que sugiere Lucas. Dice que dos individuos, frustrados después de los acontecimientos trágicos del Viernes Santo, y alejándose de Jerusalén por la posible caza de brujas que pudiera desencadenarse contra todos los que habían sido partidarios del «galileo», le reconocieron justamente cuando llegó el momento de partir del pan (Lc 24 35). Cuál era estilo de hacerlo no lo dice, pero es evidente que había algo de personal y característico, algo que les resultaba familiar.

Lo que hoy llamamos la misa no es sino la continuación histórica de aquellas reuniones de amistad y de recuerdo. A lo largo del tiempo la celebración ha ido enriqueciéndose con múltiples adornos: edificios apropiados al efecto, que en muchas ocasiones son auténticas obras de arte arquitectónico; vestuario específico; normas litúrgicas de procedimiento; música ambiental, especialmente concebida para la celebración eucarística. La misa, como acto central, el más auténtico y significativo de la unión de un colectivo en torno a una creencia común, ha polarizado la creación cultural y artística de muchas generaciones.

Pero es esencial que entre tantos añadidos, no se pierda el núcleo original. La misa es esencialmente la actualización entre nosotros de lo que Jeús hizo tantas veces a lo largo de su vida. Fue durante una cena con sus amigos más cercanos como quiso despedirse y dejarnos un recuerdo permanente. Al fin y al cabo, lo único que Jesús nos dejó encargado fue que en recuerdo suyo nos reuniéramos a partir el pan. Que lo hagamos de una manera o de otra no viene al caso. Pero si las formas adquieren tal preponderancia, que llegan a reemplazar al fondo, habríamos sustituído la palabra de Jesús por las tradiciones de los hombres..H

*Profesor jesuita